Capítulo 3: El vidrio se desvaneció
La
profesora McGonagall se preparaba para leer un nuevo capítulo cuando un sobre rojo cayó a
sus pies. Confundida, se agachó, lo tomó entre sus manos y lo abrió ante la
atenta mirada del comedor.
Querido Hogwart— leyó aturdida.
El capítulo que viene será muy doloroso de leer y
asimilar. Nadie creerá lo que se estará leyendo. Y basándonos en esa
suposición, pensamos que en algún momento se sentirán tan impotentes que
desearan por todos los medios hechizar a algo. Por ese motivo, es que están autorizados
a lanzar maleficios. Ojo, es sólo por este capítulo, nada más.
Se despide FPW, FWG Y RFW.
Un silencio
atónito y tenso se apoderó del comedor luego de que Minerva terminase de leer
aquella carta, ¿qué significaba aquello?, ¿qué habrá querido decir con que no
asimilarían lo que se leía?, ¿qué pasaba?
Harry,
en tanto, tragó saliva comenzando a sentirse nervioso, ¿qué dirían Sirius y Remus cuando se
enterasen de la infancia que tuvo?, ¿qué pensarían Ron y Hermione cuando se
leyese lo que les ocultó?, ¿cómo reaccionarían los demás? Le preocupaba lo que
pensarán ellos, lo que menos quería era lástima o compasión hacía él. Pero
también, recordaba la alacena, los castigos injustificados, los
maltratos…Sacudió la cabeza, todo aquello lo hacía sentir mal y prefería que
jamás nadie supiera lo que había vivido con los Dursley.
—Harry—dijo
Hermione hablando lenta y pausadamente— ¿Qué significa eso?
Harry no contestó, prefirió quedarse callado. Esto
le significó una serie de miradas preocupadas, alteradas y perturbadas de parte
de Sirius, Remus, Molly, Athur y Tonks.
—Harry,
no somos idiotas— torció Ron, mirándolo fijamente—, ¿qué significa lo que dice
la carta?
Nuevamente,
Harry se quedó callado.
Sus dos
amigos se miraron inquisitivamente, sin atreverse a decir algo; mientras que el
Gran Comedor se llenaba de murmullos, todos ellos relacionados con la vida
familiar de Harry Potter, preguntándose si la razón para que se les autorizase
a lanzar maleficios era precisamente por el título del capítulo. Suspiraron,
sabiendo que a lo largo del capítulo se darían cuenta.
La
profesora McGonagall llamó, entonces, al silencio y comenzó a leer.
—El
vidrio que se desvaneció
El comedor miró interrogante al libro que sostenía la
profesora entre sus manos, pensando en la posibilidad que el título del capítulo se refiriera a la
magia accidental de Harry Potter. Sin embargo, era una suposición que tendrían
que esperar a que se confirmase mediante la lectura.
Harry
sabía exactamente de lo que se trataba ese título y, aunque fue gracioso ver a
su primo gritando por aquella serpiente, también comprendía que su verdad saldría
a la luz en cualquier minuto, y era lo que menos quería en esos momentos.
Luego, tragó saliva poniéndose completamente nervioso. No quería imaginar lo
que pasaría en unos segundos más.
—¡Eh,
ahijado! — exclamó Sirius con los ojos brillando intensamente—, ¿leeremos
acerca de tu magia accidental?
Harry,
nuevamente, se quedó callado. Remus al presentir que su sobrino no hablaría,
decidió responder por él.
—Tiene que
ser así Sirius. O si no, ¿qué otra cosa podría ser? — comentó, negando con la
cabeza.
Sirius
lo miró intensamente antes de asentir. Su amigo tenía razón, no podría tratarse
de otra cosa. Luego, suspiró y le prestó atención a Minerva McGonagall que comenzaba
a leer el capítulo.
Habían pasado aproximadamente diez años desde el día
en que los Dursley se despertaron y encontraron a su
sobrino en la puerta de entrada, pero
Privet Drive no había
cambiado en absoluto.
—Privet Drive siempre fue igual— comentó Harry—. Y nunca
cambiará.
La gente lo miró con extrañeza antes de que la
lectura continuase.
El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba
el número 4 de latón sobre la puerta
de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley
había oído las ominosas noticias
sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años.
Harry miró al libro intensamente, pero se ahorró sus
comentarios. Nunca le gustaría aquella casa.
Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había
pasado.
Harry bufó. En esa casa las únicas fotos que había
era la de ellos. Él siempre fue desplazado, humillado e ignorado. Realmente,
odiaba esa vivienda.
Diez años antes, había una gran
cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un
niño pequeño,
—Ahora es una ballena— rió Harry, entrelazando sus
dedos nerviosamente.
La gente rompió a reír, sin fijarse en el
nerviosismo en Harry. Segundos después, Minerva silencio las risas y volvió a
leer.
y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio
montando su primera bicicleta, en
un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado
por su madre... La habitación
no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
Las
expresiones faciales de la gente reunida en el Gran Comedor se oscurecieron. A
nadie le gustó hacia donde parecía apuntar aquella línea y si algo le pasó a
Harry durante esos diez años, los muggles pagarían cualquier cosa que lo
hubieran hecho.
Y las
personas que actuaría en nombre de todos serían Sirius Black y Remus Lupin. No
había duda de eso.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí,
durmiendo en aquel momento,
El comedor suspiró aliviado. Después de todo, Harry se encontraba todavía
allí.
aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había
despertado y su voz chillona era el primer ruido
del día.
—¡Arriba!
¡A levantarse! ¡Ahora!
—¿Quién
se cree que es esa muggle? — gruñó Sirius, golpeando la mesa.
—No
tiene derecho a tratar así a Harry— siseó Remus, apretando los puños
ligeramente.
—Además,
esa no es manera de despertar a un niño— añadió la señora Weasley enojada.
Harry
se alejó de los tres adultos, y no quería ni pensar en cómo tomarían lo de su
alacena. Seguramente algo terrible sucedería, pensó antes de volver su mirada
en dirección de la profesora McGonagall, quien le estaba lanzado una mirada
feroz a Albus. Luego de hacer aquello, Minerva continúo leyendo.
Harry
se despertó con un sobresalto.
Ron y Hermione sisearon enojados.
Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba!
—chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después
el roce de la sartén contra el fogón.
Harry gimió, pero siguió escuchando la lectura.
Entre más rápido pasase lo que tuviese que pasar, mejor para él.
El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había
una moto que volaba. Tenía la curiosa
sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.
—¿Recuerdas
mi moto? —preguntó Sirius atónito.
El
chico asintió, ganándose una sonrisa de parte de su padrino.
Su
tía volvió a la puerta.
—¿Ya
estás levantado? —quiso saber.
—Casi
—respondió Harry
—Bueno,
date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme.
—¿Sabes
cocinar? — preguntó la mitad del alumnado, mirando a Harry perplejos.
—¿A esa
edad? — interrogó la otra mitad, estupefactos.
Harry
se encogió de hombros con indiferencia.
—Eso no
es lo importante ahora—gruñó la señora Weasley.
—Lo que
nos interesa es que hayan hecho cocinar a un niño de once años, el cual podría haberse quemado con el fuego— siseó Remus,
frotándose la sien.
—Esto
claramente es una violación a los derechos del niño. Es abuso infantil —Sirius
mantenía los puños tan apretados que parecía que golpearía a alguien en
cualquier momento.
Y en
cuanto Sirius Black mencionó aquello, la gente miró anonadada a Harry y se volvió
en dirección de él, exigiéndole una respuesta.
—¿Qué
te hicieron, Harry? — demandó Hermione, cruzada de brazos.
—Siga
leyendo, profesora McGonagall— pidió Harry, omitiendo la pregunta de su amiga.
Ella lo
miró indignada y confundida antes de que Minerva siguiese leyendo.
Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de
Duddy.
Harry gimió.
Lo
mismo hizo Harry. Odiaba tener que hacerle los cumpleaños a su primo, cuando a
él jamás le celebraban los cumpleaños.
—¿Qué
has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada,
nada...
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido
olvidarlo?
Harry, una vez más, volvió a gemir.
Harry se levantó lentamente
y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.
—¡Arañas
Harry!, ¿Has mencionado arañas? —preguntó
Ron aturdido, estremeciéndose levemente.
Hermione
emitió una pequeña tos para disimular la risa que amenazaba por salir de su
boca, porque sabía que Harry la miraría enojado y, por sobre todo, porque no
quería tener una nueva discusión con Ron
Sin
embargo, Fred, George, Ginny, Bill, Charlie, Sirius, Remus, Tonks y el señor
Weasley reían con disimulo. La señora Weasley, por otro lado, le enviaba
miradas duras a sus hijos y esposo.
Harry estaba acostumbrado a las arañas,
—¡En
serio! — exclamó Ron mirándolo atónito,
mientras el resto reía de él.
Harry
no le respondió, ya que se preparaba
mentalmente para lo que vendría que sería muy doloroso de leer.
porque la alacena que había debajo de las escaleras
estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
Minerva
dejó caer el libro, evidentemente
conmocionada; mientras el silencio se apoderaba del Gran Comedor. Nadie hablaba
ni emitía comentario alguno.
¡No puede ser cierto! ¡No creo que el Sr Potter haya
tenido que dormir en ese lugar! Sin embargo, esos muggles el capítulo anterior
han demostrado que eran capaces de cualquier y perfectamente podrían… ¡No! ¡No!
¡No!... ¡Me niego a creerlo! Es una broma, una pésima broma, leeré de nuevo para asegurarme que lo que leí
es mentira Pensó la profesora, tomando de nuevo entre sus manos
el libro y volviendo a leer aquella parte.
porque la alacena que había debajo de las escaleras
estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
El
silencio en que estaba inmerso el comedor se convirtió, de pronto, en fuertes
gritos de protesta, reprobación e ira en cuando se leyó de nuevo esa línea.
Entonces, el caos comenzó.
—No mi
ahijado—gritó Sirius, golpeando la mesa con sus puños y sintiéndose impotente.
Era el peor padrino del mundo, ¿por qué le tenía que suceder aquello? ¿Por qué
él no estuvo ahí?, ¿por qué justamente a Harry? Pronto sintió una lágrima
traicionera deslizarse por su mejilla, rápidamente se las secó y miró a su
amigo.
— ¡Malditos
muggles! — exclamó Remus enojado.
Sirius
le encontró toda la razón. Esos muggles eran la peor escoria que podía pisar la
tierra. Él jamás le perdonaría lo que le hicieron pasar a su ahijado. Era una
promesa.
— ¿Por
qué no nos dijiste? — gritaron, en ese momento, Ron y Hermione de brazos
cruzados, totalmente enrabiados por lo que el libro les había revelado.
Harry optó
por quedarse callado. No quería lastima ni compasión. Tampoco deseaba ver a las
caras a Sirius, Remus, Ron o Hermione. Ellos de seguro estarían enojados. Sin
embargo, no pudo evitar mirar a la señora Weasley, pero fue un error.
—Abuso
infantil— siseó Molly, mientras su
esposo trataba de calmarla.
Harry
cerró los ojos con fuerza al tiempo que Fred,
George, Charlie, Billy y Tonks lo miraban boquiabiertos, intentando asimilar lo
que se había leído; pero sin hacerlo.
Ginny era
la única, de su familia, que parecía fuera de sí. Ella se encontraba paraba,
caminando de lado a lado, murmurando cosas ininteligibles para los que estaban
a un metro de ella, sin embargo, entendibles para quienes estaban más cerca.
Sirius fue uno de los tanto que escuchó a Ginny
murmurar. Y lo que entendió decía relación con gastarle una buena broma a los
Dursley. Acto seguido, se dejó caer en la silla, tomó un pergamino y una pluma de la mochila de Harry y comenzó
a escribir.
—Lunático—
gruñó Sirius enrabiado luego de unos segundos—. No me estas ayudando.
Remus
captó el mensaje enseguida y se dispuso a darle algunas ideas a su amigo.
Ninguno de los dos, no obstante, se fijó en la mirada de asombro que tenían
Fred y George en sus rostros.
Ellos
se miraron mutuamente, atónitos durante unos cuantos segundos antes de asentir
y unirse a los dos merodeadores.
La mesa
de Gryffindor, en tanto, miraba a Harry con una mezcla de tristeza y furia. Nunca
se imaginaron que él viviese ese maltrato de parte de sus parientes. Era
inaudito que el niño que vivió sufriera ese tipo de abusos. Ellos querían
venganza.
Harry
seguía callado y mantenía la cabeza agachada, porque para donde mirase todos
tenían en su poder la varita, todos dispuestos a maldecir a quien fuese. Sin embargo, se atrevió a mirar a la
mesa de profesores y se sorprendió al ver a la profesora McGonagall regañando
al director.
—Dígame
en este instante, Albus, por qué tuvo
que dejar al Sr Potter en esa casa — exigió Minerva fuera de sí.
—No
puedo decirte los motivos, Minerva; pero te aseguro que es lo mejor para él—
respondió Dumbledore con los ojos oscuros.
—Pero
Albus— torció, para sorpresa de los profesores, Fudge—, ningún niño merece ser
tratado así. Lo que hicieron, y seguramente están haciendo, es abuso infantil
y, por tanto, debemos intervenir para…
—Lo
sé, Cornelius—le interrumpió el director fríamente—. Créeme que lo sé.
Nadie
se atrevió a emitir palabra alguna.
Dolores,
en cambio, tenía una mirada extraña en su rostro que no se podía descifrar
a simple vista; pero a nadie le interesaba.
Snape,
quien al igual que Umbridge, tenía esa extraña mirada en el rostro, no podía
creer lo que se había leído Mi padre nunca llegó a tanto. Él me tenía una propia habitación.
Es imposible que Potter haya dormido en una alacena. Debe ser una alucinación,
ya que hijo de James Potter debe y debió ser mimado en la infancia. Sí, eso es,
aunque…Alacena… Sin querer, apretó los puños. No podía sentir lástima
del hijo de su peor enemigo. Suspiró, mirando en dirección de Harry Potter,
pero la mesa de Gryffindor estaba repleta de gente. Lo más llamativo es que
había alumnos de Hufflepuff y Ravenclaw en ella, ¿qué estarían tramando? Debe ser algo grande y que no es de tu
incumbencia Pensó, antes de rodar los ojos.
Y lo
que estaba tramando Gryffindor, específicamente Sirius, Remus, Fred y George,
eran los detalles de una broma que habían preparado para los Dursley cuando los
tuviesen en frente. Ellos los harían sufrir por hacer dormir en una alacena a
Harry Potter.
Harry,
en tanto, intentaba ver aquel pergamino, pero no tenía la visual para hacerlo.
La mesa estaba alborotada de gente. Se frotó la sien y miró a la única mesa
donde nadie se había unido a la elaboración de la broma: Slytherin. Se sorprendió, ya que pensó que Malfoy y sus
compañeros se estarían riendo. Muy por el contrario, tenían las mandíbulas
desencajadas de la impresión.
Draco
Malfoy no podía creer lo que se leyó instantes atrás ¡San
Potter durmiendo en una alacena!, ¡En una alacena!, ¡En eso!, ¡Es imposible!, ¿Dónde
quedo el niño mimado? Se preguntó, mirando a sus compañeros, quienes tenían expresiones
similares a la de él.
Entonces,
de la nada, apareció un globo con la imagen de los Dursley. El comedor se
paralizó unos cuantos segundos, pero al
siguiente momento, todos, incluyendo a los profesores, esbozaron sonrisas
maliciosas. Acto seguido, se pararon y formaron una fila delante del globo. Uno
por uno fueron lanzando maleficios.
Cuando
cada uno paso -cosa que tomo un par de horas -se volvieron sentar ya más
calmados. Luna, cuando retornaron a sus puestos, ella se dirigió hasta la mesa
de Gryffindor.
—Se
nota que extrañas a tus padres y que sufres en silencio las humillaciones de
esos muggles, ¿no es así?
Harry
se limitó a asentir, a lo que ella sonrió y sin que nadie le dijese nada se
sentó en la mesa de Gryffindor, al lado de Ginny.
Luego
que la gente se hubo sentando, la profesora McGonagall continúo leyendo.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la
cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de
cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el
segundo televisor y la bicicleta de carreras.
Los
gruñidos no se hicieron esperar, la indignación era palpable en los rostros de
todos. Muchos agarraron sus varitas, dispuestos a maldecir a aquel globo.
—¡Maldito
niño mimado! —exclamaron, los señores Weasley, Remus y Tonks enfadados.
Sirius
no quería hablar ni pensar, lo único que sabía es que esos muggles iban a pagar
por hacer dormir a su ahijado en una alacena. Ya había anotado algunas cosas en
ese papel, pero aun faltaba mucho, pensó, sintiendo hervir sus venas de rabia.
—¡Ese muggle
no es más que un cerdo! —expreso Ron disgustado, acaparando la atención del
comedor. Pero a él no le importó. No se podía acostumbrar a la idea de que su
mejor amigo haya tenido que dormir en una alacena, mientras su primo obtenía
todo lo que quería.
—¡Ron! —
le regañó Hermione —. No hables así.
Ron la
ignoró, porque estaba dolido con todo lo
que se había leído. Hermione no lo podía culpar, ella todavía no asimilaba el
maltrato que sufrió – y quizá seguía sufriendo – en la casa de los Dursley.
Ninguna
persona quiso hablar ni decir nada por el regaño de Hermione a Ron, pero si
vieron a ambos tomarse de la mano
discretamente para darse apoyo mutuo. Mientras tanto, Harry sentía demasiada
vergüenza de lo que detallaba el libro. Él rogaba que esta parte se terminase
de leer pronto.
Para
sorpresa de todos, en ese momento en donde todos se encontraban gruñendo y premeditado,
vieron a Draco Malfoy lanzar un maleficio
al globo y, acto seguido, maldecir entre dientes.
Harry
lo miró desconcertado, al igual que los demás. Sin embargo, Minerva interrumpió
esas miradas con la lectura.
La razón exacta por la que Dudley podía querer una
bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba
muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto.
Harry rodó los ojos.
El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry,
Gruñidos
y silbidos provenientes de todos los rincones, se escuchó en el comedor. A
nadie le estaba gustando el trato de los Dursley a Harry, especialmente a su
padrino.
—Que
ese cerdo asqueroso ni se atreva a tocar a mi ahijado— gruñó Sirius,
entrecerrando los ojos Todo esto es mi culpa. Si tan solo
no hubiese sugerido cambiar al guardián secreto. Si tan solo esa rata no me
hubiese culpado a mí, Harry no hubiese tenido que vivir así. Se lamentó.
Muchos asintieron con la cabeza, ya que
estaban de acuerdo con las palabras del prófugo, pese a que seguían teniéndole
terror.
pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo
parecía, Harry era muy rápido.
—Excelente—
se frotó las manos Fred, mirando extasiado al
libro.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una
oscura alacena, pero Harry había
sido siempre flaco y muy bajo para su edad.
—Eres
exactamente igual que James Potter a esa edad. Tan flacucho como bajo —se reía
Sirius y Remus
Varios
rieron por lo bajo, pero otros reían a carcajadas. Harry se mantenía
solemne, sin mirar a nadie en particular.
Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba
eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.
La risa
cesó al instante, dando paso a los gruñidos.
Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo
negro y ojos de color verde brillante.
—Potter
de la raíz del cuero cabelludo hasta la punta de los pies—dijo Sirius,
suspirando brevemente—, a excepción de los ojos. Tienes los…
—Ojos
de mi madre— concluyó Harry, agachando la cabeza.
Nadie
se atrevió a decir nada porque la expresión melancólica en el rostro de Harry los dejó tristes.
Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las
veces que Dudley le había pegado
en la nariz.
Hermione
se llevó las manos sobre su boca ¿Cómo no me di cuenta antes? Todos
los signos estaban allí, ¿cómo fui tan estúpida?
La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia
era aquella pequeña cicatriz en la frente, con
la forma de un relámpago.
Ron y Hermione
se miraron mutuamente con horror.
—Harry,
tú no…—tartamuedó Ron perplejo—, ¿a ti te gustaba tu cicatriz?
Harry
se encogió de hombros.
—Pero
si la odias — añadió Hermione, mirándolo sorprendido.
Harry
se volvió a encoger de hombros. No quería decir enfrente de todos la razón por
la que le gustaba su cicatriz, eso quedaba para él. Además, intuía que sus
amigos lo sabían perfectamente. En efecto, Ron y Hermione se miraron intensamente antes
de volver a posar sus miradas en su amigo, sabiendo el motivo Fue únicamente porque eso lo identificaba
como mago y tenía relación directa con sus padres.
Los
demás se veían completamente confundidos, pero optaron por no decir
absolutamente nada. Minerva, viendo que nadie emitiría otro comentario, siguió
leyendo.
La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que
recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.
—En
el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.
Silencio.
Sorpresa. Incredulidad. Perplejidad. Ceños fruncidos. Brazos cruzados. Enojo.
Rabia. Eran las cosas que se podían ver a primera vista en las personas
reunidas en el comedor, ¿cómo podía ser
posible que los Dursley le hayan dicho a Harry Potter que sus padres habían
muerto a causa de un accidente de coches?, ¿qué tenían en la cabeza cuando
decidieron decirle eso a él? Pensaron antes de que las protestas empezaran a
escucharse en cada rincón del Gran Comedor.
— ¡Un
accidente de coche! — gritaron los señores Weasley, Charlie, Billy, Tonks y
los gemelos, aferrando su varita
fuertemente.
—Ni
James ni Lily murieron por un estúpido accidente de coche. Ellos murieron
asesinados por Voldemort— rugieron Sirius y Remus enfadados. Varios se estremecieron
por aquel nombre.
—
¿Qué se han creído esos Dursley? — profirieron Ron y Hermione molestos.
Harry,
sintiendo rabia por escuchar una vez más aquella mentira, miró a su alrededor. A
lo largo del comedor, los insultos, silbidos se escuchaban fuertes y claros,
pero algo le llamó la atención: Vio a la profesora McGonagall sacar su varita y
lanzar un maleficio al globo. Todos la miraron sorprendidos.
—Lily y
James no murieron por ningún accidente, ¿cómo se les ocurre decir eso?, ¡estúpidos
muggles! —siseó fuertemente y enojada.
De la
sorpresa, la expresión de las personas pasó a la incredulidad. Nadie nunca había visto así
a Minerva McGonagall. Era sumamente raro verla así.
Albus
miró a la profesora con tristeza ¿Y sí le hubiese hecho caso?...No, estaba
bien lo que he hecho, acuérdate de la profecía, esa es la única manera. Harry
tiene que seguir viviendo allí, aunque sea infeliz. Es por la seguridad de él.
Snape una
vez más puso una expresión neutra en su rostro, sin embargo, miles de pensamientos le rondaban en la mente.
El más destacado fue: Potter, ¿Por qué vienes a
desordenarme todo lo que pienso de ti?
La
profesora, quien aún se encontraba furiosa, se aclaró la garganta y siguió
leyendo.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se
debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los
Dursley.
Gruñidos
era lo único que se escuchó a lo largo
del comedor luego que se leyese esa línea. A nadie le gustaba cómo estaban
tratando los Dursley un tema tan
delicado como la muerte de James y Lily Potter. Era, literalmente, un insulto
para ellos.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando
la vuelta al tocino.
—¡Péinate!
—bramó como saludo matinal.
—¡Idiota!
— rodó los ojos Sirius—. No funcionará jamás.
Harry
disimulo la risa que le produjo la expresión fácil de su padrino con una tos.
No quería reírse cuando el comedor se encontraba tan enojado o sino pensarían
que se estaba trastornando o algo así.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su
periódico y gritaba que
Harry necesitaba un corte de pelo.
Sirius y Remus gruñeron.
A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no
servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.
—Como
todo un Potter— comentaron Sirius y Remus, sonriendo ligeramente Se parece tanto a James y si no tuviese los ojos verdes cualquiera pensaría
que es él. Pensaron con nostalgia.
Ron y
Hermione miraron a su amigo y rieron por lo bajo. Ese pelo era especial e
indomable.
Harry
solo rodaba los ojos exasperado.
Harry estaba friendo los huevos
Molly siseó y entrecerró los ojos.
cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley
se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo
rubio que cubría su cabeza gorda.
La
gente se rió de la excelente descripción del muggle
Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un
angelito.
—Lo que
tú digas —emitió el comedor sarcásticamente.
Harry
rió por lo bajo.
Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con
peluca.
Los
alumnos se rieron sin control cuando se pronunció esa frase, incluso los
profesores, adultos y aurores se sorprendieron a sí mismos esbozando sonrisas o
disimulando una risa con una tos.
—Harry,
eso fue impresionante— dijeron, a través de su risa, Fred, George, Bill y
Charlie.
Harry
sólo sonrió, mientras que Sirius, Remus y Tonks reían con lágrimas en los ojos.
—No
sabíamos que tenías tan buen sentido del humor, amigo— comentaron Ron y
Hermione, riendo.
Harry
volvió a sonreír. Le gustaban este tipo de pasajes, ya que aminoraban el enojo
y enfado del comedor y de él mismo. Luego, le hizo un gesto a la profesora
McGonagall para que siguiese leyendo. Ella siguió después que la risa hubo
terminado.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y
beicon, lo que era difícil porque había poco espacio.
Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.
—Treinta
y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
— ¡¿Se
está quejando luego de recibir todos esos regalos?! — preguntó aturdido Malfoy,
negando con la cabeza.
—Siempre
fue así, Malfoy. Dudley es un chico demasiado mimado y caprichoso. Muy parecido
a alguien que conozco— le contestó Harry, mirándolo fijamente.
Draco
se hizo el desatendido, pero igualmente frunció el ceño. Ese Dudley se parecía
en algunas cosas a él y una de ellas era el número de regalos que recibe. Sin
embargo, él no recibía tal cantidad de presentes para su cumpleaños, eran mucho
menos.
—Querido,
no has contado el regalo de tía Marge.
Harry sonrió de oreja a oreja, recordando a la tía Marge
inflarse como un globo. Había sido épico y único y esperaba ansioso leer
aquella parte, pero para eso falta mucho.
Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy
bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
La gente rodó los ojos.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de
Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por
si volcaba la mesa.
Molly, Tonks, Minerva, Ginny y Hermione
entrecerraron los ojos.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo
rápidamente:
—Y
vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
—¡pichonito!
—exclamaron Fred y George, riendo sofocadamente.
—¿Están
dementes? — interrogaron Sirius y Remus, sonriendo.
—Muggles
idiotas— añadieron Dean, Seamus, Lee y Neville, negando con la cabeza.
—No
sabía que tus parientas pudiesen ser tan entretenidos— declaró Ron,
carcajeando. Hermione rodaba los ojos, pero divertida.
Harry
se encogió de hombros, sin emitir comentario alguno antes de que Minerv
siguiese leyendo.
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo
difícil para él. Por último, dijo lentamente.
—Entonces
tendré treinta y.. treinta y..
—El
muggle no sabe contar, ¡qué idiota! — rodó los ojos Remus.
Harry
rió disimuladamente.
—Treinta
y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Oh
—Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—.
Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
Y el comedor se rió de la estupidez de Dudley y
Vernon.
—El
pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo,
Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
Harry
rodó los ojos exasperado.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a
cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba
desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis
juegos nuevos para el ordenador y un vídeo.
La casa de Gryffindor gruñó.
Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro,
cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.
—Malas
noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg
Albus y Harry esbozaron una sonrisa.
se ha
fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza
en dirección a Harry.
—¡Tiene
un nombre, tarados! — gritó Sirius, sobándose la sien.
Todos
estuvieron de acuerdo con él, aunque seguían atemorizados por su presencia.
La
boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto.
Harry volvió a sonreír.
Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo
llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine.
Sirius y Remus entrecerraron los ojos una vez más.
No sabían el motivo, pero algo les decía que a Harry no le celebraban los
cumpleaños. Gruñeron por ese pensamiento.
Cada año, Harry se quedaba
con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la
señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.
—Harry—
lo llamó Sirius calmadamente.
—Sí,
Sirius —le prestó atención Harry, entrelazando sus dedos nerviosamente.
—¿Jamás
te llevaron a pasear o te celebraron algún cumpleaños? — le preguntó, con una
mirada oscura.
Harry
lo miró durante unos segundos; mientras que los alumnos, profesores y adultos
volvían su atención a la escena, curiosos.
—¿Quieres
la verdad, padrino? Toda la verdad— dijo Harry, suspirando lenta y
pausadamente. Sirius asintió—Siempre me trataron como una paria, como un ser
inmundo que no merecía vivir. Jamás se preocuparon por mí. Jamás tuvieron una
muestra de cariño conmigo. Jamás me trataron como un sobrino, era una persona
invisible para ellos. Una vil molestia. Alguien que arruinaba sus vidas. Y por
eso, jamás me llevaron de paseo o me celebraron algún cumpleaños, ¿estás
contento ahora? — le gritó al terminar.
Pero
Harry no quiso gritarle a su padrino de esa forma. Fue sólo porque los
recuerdos dolorosos le vinieron encima en cuanto él había emitido esa maldita
pregunta y se arrepintió de sus palabras
segundos después de decirlas. Miró, entonces, apenado.
Sirius
no emitió comentario alguno. Se limitó a tomar el pergamino y comenzó a
escribir, murmurando cosas ininteligibles y maldiciendo entre dientes. Remus acompañaba a su amigo en las
maldiciones.
Los
demás se encontraban demasiados aturdidos para hablar, pero sí se sentían enfadados.
Nunca se hubiesen imaginado algo como lo que se leía y que cambiaba el concepto
que tenían del famoso Harry Potter.
Una vez
que Sirius y Remus hubieron dejado de
anotar cosas en el papel, la lectura continúo.
—¿Y
ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo.
— ¡Mujer idiota! — gritó la señora Weasley,
lanzándole un hechizo al globo.
Nadie se movió ni enunció nada, por lo que luego de
aquello, la lectura siguió.
Harry sabía que
debería sentir pena por la pierna de la señora
Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.
—¿Quiénes?
—preguntó el comedor confuso.
—los
gatos de la señora Figg— respondió Harry, restándole importancia.
—¡Ah! —
profirió la gente.
Harry
rodó los ojos antes de que la profesora McGonagall continuase leyendo.
—Podemos
llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—¡Marge!
— exclamaron Ron y Hermione, mirándose mutuamente—. Es ella. Realmente ella.
—Sí, la
que voló— respondió Harry, riendo por lo bajo.
—Quiero
que llegué ya esa parte para ver cómo sucedió. Será único y épico— carcajeó
Ron.
Los
demás miraron a los tres amigos confundidos, ¿Qué habían querido decir con eso?, ¿quién era
Marge?
Y a
juzgar por las expresiones de Harry, Ron y Hermione, ellos no les responderían
las preguntas hasta que llegase el momento. Suspiraron molestos e irritados antes
de que la lectura siguiese.
—No
seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
—Y yo no los aguanto a ustedes— siseó Sirius.
—Son la
gente más horrible que pudiese existir en el mundo— añadió Remus, gruñendo.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella
manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que
era tan tonto que no podía entenderlos, algo
así como un gusano.
Furia.
Odio. Gruñidos. Silbidos. Molestia. Era todo lo que se escuchaba y veía en el
Gran Comedor.
Sin
embargo, un hechizó proveniente de la mesa de Gryffindor, impactó al globo.
Todos miraron a dicha mesa para saber quién había sido: Neville tenía el ceño
fruncido y guardaba su varita en la túnica.
Nadie
hizo ningún comentario. La profesora McGonagall decidió, entonces, volver a
leer.
—¿Y
qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está
de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Podéis
dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry.
Varios le miraron asombrados, pero no dijeron nada. Harry
se encogió de hombros en respuesta.
Podría ver lo que quisiera en la televisión, para
variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley
Seamus y Dean le
sonrieron ampliamente. Era una muy buena oportunidad para hacer cosas que
normalmente no hacía.
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un
limón.
Todos
rieron por lo bajo, imaginando a Petunia atragantándose con un limón. La imagen
era divertida.
—¿Y
volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
Hagrid y Minerva gruñeron, molestos por aquel
comentario.
—No
voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
—Supongo
que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo
en el coche...
—Harry
no es un animal— gruñeron Ginny y Cho al mismo tiempo. Ambas se vieron con
sorpresa por haber dicho lo mismo, aunque se les podía notar una expresión de
enojo en sus rostros.
—No se
merece ser tratado así—sisearon Molly, Arthur, Tonks, Charlie y Bill.
—Y
más les vale llevar a mi ahijado al zoológico y que paseé en él— silbó Sirius enfadado Por mi culpa, por mi gran estupidez
Harry no tuvo una buena infancia.
—Despreocúpense—dijo Harry—, que me llevaron al
zoológico y conocí a muchos animales.
La gente
lo miró incrédula antes de que él le hiciese un gesto a la profesora McGonagall
para que continuase leyendo.
—El
coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no
lloraba, hacía años que no lloraba de verdad,
pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Es un
terrible niño mimado— declaró Tonks horrorizada.
—Mi
pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial
—exclamó,
abrazándolo.
—Te lo arruine de todas formas— sonrió Harry,
acomodándose en la silla.
Todos lo miraron boquiabiertos antes de que la
lectura continuase.
—¡Yo...
no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—.
¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
Gruñidos.
Quejidos. Silbidos. Fue lo que se escuchó fuerte y claro en todo el comedor.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh,
Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento
más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss,
entró con su madre. Piers era un chico flacucho
con cara de rata.
Sirius,
Remus, Tonks, Hermione, Ron y Harry miraron con sus ojos sombríos al libro,
pensando en una rata traidora en particular.
Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les
pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.
—Menos
mal se calló— rodó los ojos Molly Weasley.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su
suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los
Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida.
Muchos
gruñeron, otros silbaron enojados y los restantes le lanzaron maleficios al
globo.
Harry,
en tanto, miró a la mesa de profesores, preguntándose qué expresión tenían
ellos al leerse aquellas líneas. Se sorprendió por tres cosas: Primera, a los
docentes al borde de las lágrimas;
segunda, a Albus mirándolo fijamente apenado; y tercero, y lo que más le llamó
la atención, fue al profesor Snape que se encontraba con la varita bien sujeta
a su mano y con una mirada que jamás le había visto. Era como si se hubiese
sorprendido y se hubiese enojado a la
vez por enterarse de aquello.
Harry
tuvo la extraña sensación que algo le sucedía al profesor de pociones, pero no
sabía qué era. Se encogió, entonces, de hombros y siguió escuchando la lectura.
A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor,
pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte
a Harry.
Sirius entrecerró los ojos.
—Te
lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy
avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la
alacena hasta la Navidad.
—¡Qué
ni se te ocurra castigar a mi ahijado! — Sirius golpeó la mesa enfadado.
Harry,
algo nervioso, se preguntó cómo tomaría el castigo por haber soltado a esa
serpiente. Tragó saliva, no sería nada bueno.
—No
voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
Los
gruñidos y las miradas sombrías se apoderaron del comedor ¿Cómo era posible que
ellos no le creyesen a un niño? Era insólito.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas
cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no
las causaba.
—¡Magia
accidental! —aplaudió Sirius a viva voz, mientras el resto del comedor se mantenía
expectante.
En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry
volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina
y le cortó el pelo casi al rape,
Los
gruñidos no se hicieron esperar.
exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la
horrible cicatriz».
Remus entrecerró los ojos.
Dudley se rió como
un tonto, burlándose de Harry,
Una vez más, los gruñidos se apoderaron del comedor.
que pasó la
noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el
colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas.
Sirius y Remus gruñeron.
Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al
levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes
de que su tía lo cortara.
—La
maldición del cabello Potter — torcieron Sirius y Remus, mientras Harry los
miraba curioso, misma expresión que tenían los demás en su rostro—. Más tarde—
le prometió Sirius, sonriendo. Harry asintió y volvió a prestarle atención a la
lectura.
Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una
semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan
deprisa el pelo.
— ¡Estúpido
Muggle! — exclamó una vez más el comedor, enojado por cómo trataban a Harry.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro
de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas
anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que
finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca,
Algunos rieron al imaginarse la escena. Otros
seguían enfadados.
pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de
haberse encogido al lavarlo y, para su gran
alivio, Harry no fue castigado.
—Menos
mal —exclamó la casa de Gryffindor.
Por otra parte, había tenido un problema terrible
cuando lo encontraron en el techo de la cocina
del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se
encontró sentado en la chimenea.
—¡ Se
apareció! — exclamó el comedor asombrado.
Todos
miraban a Harry aturdidos, mientras el
muchacho se encogía más y más de vergüenza. No recordaba ese episodio, tampoco lo que había hecho, ni mucho menos como había
llegado al techo.
En la
mesa de profesores, sin embargo, todos tenían algo que decir.
—Eso es
una magia accidental muy poderosa —dijo el profesor Flitwick, poniéndose una
mano en la barbilla.
Algunos
asintieron con la cabeza, de acuerdo con él; el resto se veía atónito,
especialmente Dolores Umbridge y Cornelius Fudge, ya que todo lo que escucharon
hasta ahora no concordaba con lo que tenían en mente sobre el chico. No podían
encontrar palabras para expresar lo que sentían por lo que habían descubierto
por el libro.
—Albus,
¿puede ser que posible que el señor Potter haya aparecido? — le preguntó
Minerva, curiosa.
—No
sé—le respondió, suspirando.
La
profesora le envió una mirada penetrante, pero sin decir palabra alguna.
La
verdad es que el director tenía dos conjeturas: La primera era que se podría
deber a los poderes que le trasfirió Voldermort aquella noche. La segunda,
podría ser que Harry realmente fuese un mago poderoso. Sin embargo sea como
haya sido, sin dudas la magia de Harry Potter era impresionante.
Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la
directora del colegio, diciéndoles que Harry
andaba trepando por los techos del colegio.
La gente, al imaginarse a Harry trepando por los
techos, se echó a reír. Debió haber sido chistoso a los ojos de los muggles.
Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta
cerrada de la alacena)
Sirius y Remus gruñeron y entrecerraron los ojos una
vez más. Aún se sentían culpables por todo lo que había pasado Harry en su
infancia.
fue saltar los grandes
cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.
Muy interesante deducción Pensó el director,
frunciendo el ceño.
Los
demás se encontraban absolutamente anonadados como para decir algo. Realmente
fue y es impresionante lo que hizo Harry, apareciendo o volando, al techo.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba
bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener
que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.
Harry frunció el ceño. No sería nada agradable lo
que vendría en unos cuantos minutos más.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía
Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas.
Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos.
Nuevamente,
y como había sido la tónica durante este capítulo, los gruñidos no se dejaron
esperar. Todavía el trato que habían tenido aquellos muggles con Harry los
dejaba perplejos.
Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—...
haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
—Tuve
un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
—Mal
movimiento, Harry— se quejó Neville, quien junto con los demás alumnos, meneaban la
cabeza de lado a lado.
Harry
se encogió de hombros.
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del
suyo. Se dio la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
—¡LAS
MOTOS NO VUELAN!
—Pero
la mía sí, tonto— dijo Sirius con aire de suficiencia.
Harry
negó con la cabeza, divertido.
Su rostro era como una gigantesca remolacha con
bigotes.
—Remolacha con bigotes— rieron Fred, George, Sirius
y Remus, chocando las manos—. Una buena imagen mental.
La gente rompió a reír escandalosamente. Y costó
unos minutos que se calmasen para que Mineva McGonagall, furiosa, volviese a
leer.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya
sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
—Un sueño que fue verdad—sonrió Sirius.
Harry imitó el gesto, mientras que los alumnos
miraban al prófugo de Azkaban con los ojos abiertos de la impresión.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que
desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía,
era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no
importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas
peligrosas.
—El día en que tenga a Vernon Dursley enfrente de mí,
les juró que quedará inconsciente por un
buen rato— prometió Sirius, anotando en el pergamino.
—Y yo ayudaré a que
eso se concrete— añadió Remus, tomando una pluma y escribiendo en otro
papel. Muchos le dieron la razón a los merodeadores. Los Dursley merecían eso y
más.
Harry aunque se sentía feliz de tener a su padrino y
Remus apoyándolo en todo, aún pudo sentir un poco de pena por sus tíos muggles.
Pasarían un mal rato cuando Sirius estuviese frente a frente a ellos. Suspiró
lentamente antes de volver a prestar atención al libro.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba
repleto de familias. Los Dursley compraron a
Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry
qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.
Sirius anotó algo en el pergamino, maldiciendo entre
dientes. Y mientras él anotaba, Snape fruncía cada vez más el ceño, perplejo
ante lo que el libro narraba. No dejaba de notar ciertas similitudes entre la
infancia de Potter con la de él mismo. Suspiró derrotado antes de que la voz de
Minerva lo sacase de sus pensamientos.
Aquello tampoco estaba mal,
pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la
cabeza y se parecía
notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
Las
risas dominaron el Gran Comedor una vez más.
—Amigo,
sigo preguntándome de donde sacaste ese humor—-dijo Ron, a través de su risa.
—Es
porque Harry es hijo de un merodeador— sonrió Sirius, mirando
con orgullo a su ahijado.
Harry
se encogió de hombros avergonzado. Mientras tanto, Fred y George se miraban
mutuamente, anonadados, preguntándose si realmente Sirius, Remus y Harry
conocían a los merodeadores. Pero de momento, esa respuesta quedaría pospuesta
para otra ocasión.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho
tiempo. Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que
Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se
acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.
—Malditos
y engreídos niños mimados— gritó Molly Weasley enojada.
Los
hijos de la señora Weasley se miraron sorprendidos. Nunca habían oído a su mamá
diciendo tantas maldiciones juntas, era algo nuevo para ellos.
Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no
era lo suficientemente grande, tío
Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que
aquello era demasiado bueno para durar.
—Aquí
vamos— se quejaron Ron, Hermione, Sirius y Remus. Ellos conocían a la
perfección la mala suerte que solían correr los Potter. Suspiraron resignados.
Después de comer fueron a ver los reptiles.
Harry tragó saliva algo nervioso. No quería ni
imaginarse lo que pasaría en el comedor cuando se leyese que habló con esa
serpiente como si fuese lo más normal del mundo. Se frotó la sien, sintiéndose
cada vez más perturbado
Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras
iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes
La casa de Syltherin aplaudió ante el animal
característico de ellos. Los demás se limitaron a rodar los ojos.
y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las
piedras y los troncos.
Cho, Marietta, Parvati y Lavender hicieron una mueca
de desagrado. Odiaban cómo se deslizaban
esos reptiles.
Dudley y Piers
querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró
rápidamente la serpiente más grande.
Harry
rodó los ojos. Esa serpiente ni se le parecía al basilisco, a la reina de las
serpientes.
Podían haber envuelto el coche de tío
Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad,
estaba profundamente dormida.
Harry comenzó a jugar con sus dedos, evidentemente
nervioso.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el
vidrio, contemplando el brillo de su piel.
—Haz
que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se
movió.
—Y no lo hará— rió Draco Malfoy maliciosamente.
Varios de sus compañeros sonrieron en acuerdo de él.
—Hazlo
de nuevo —ordenó Dudley.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal
siguió dormitando.
—Sigue intentando todo lo que
quieras, muggle. La serpiente no se moverá— dijo Pansy, carcajeando.
Muchos se unieron a su risa.
—Esto
es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.
Harry entrelazó sus dedos.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a
la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de
aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de
gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día.
Varios rieron por lo bajo.
Era peor que tener por
dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia , llamando a la
puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
El
comedor miró a Harry con horror, ¿quién se compara con una serpiente? Nadie,
absolutamente nadie.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y
brillantes como cuentas. Lenta, muy
lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry. Guiñó un ojo.
—¿Qué
mierda? — exclamó Sirius, mirando aturdido a su ahijado.
—Ya
verás — respondió Harry, haciéndole un gesto a la profesora McGonagall para que
siguiese leyendo e ignorando las miradas incrédulas que estaba recibiendo.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un
vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba
atención. Miró de nuevo a la serpiente y también
le guiñó un ojo.
A muchos se le cayeron las mandíbulas, a otros se le
desorbitaron los ojos y muy pocos fueron los que se pusieron una mano en la
barbilla, recordando el triste episodio del club de duelo en el segundo año de
Harry.
La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y
Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry
una mirada que decía claramente:
—Me
pasa esto constantemente.
—Lo
sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente
pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
—Harry,
¿hablas pársel, la lengua de las serpientes?— preguntó Sirius atónito.
—Sí—
le contestó Harry, esperando a que en cualquier minuto su padrino hiciera
alguna escena—. Pero en ese momento no sabía que tenía esa facultad.
—¡Un
Potter hablando pársel! — Sirius ignoró la última parte que dijo Harry—. Albus,
¿qué significa esto? — demandó.
—Más
temprano que tarde lo sabrás, Sirius. Ten paciencia— dijo Albus, mirando
intensamente a Harry.
—En mi
segundo año, Sirius— específico Harry, mientras que varios agachaban la cabeza—.
Allí se contestarán todas tus preguntas.
Sirius
asintió, pero no dijo nada más. No obstante, se prometió que debía tener una
seria conversación con Harry. No podía ignorar lo que el libro le decía. Él
tenía que comportarse como el tutor de su ahijado.
La serpiente asintió vigorosamente.
—A
propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
El comedor se veía tenso. Aun les costaba asimilar
que Harry hablase así como así con una serpiente, especialmente los Slytherin,
quienes no comprendían a su animal como el niño que vivió lo hacía.
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel
que había cerca del vidrio.
Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era
bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y
Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».
Miradas incrédulas le seguían llegando a Harry. Era
inaudito todo lo que el libro estaba narrando.
—Oh,
ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito
ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
Harry gruñó. Ese grito había sido el que provocó su
castigo.
—¡DUDLEY!
¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO
VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Una vez más, el comedor gruñó. Harry no se salvaría
de está.
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que
pudo.
—Quita
de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa,
Harry cayó al suelo de cemento.
—No
toques a mi ahijado, ballena— gritó Sirius, comenzando a enrabiarse una vez
más. Él estaba seguro que los Dursley castigarían a Harry por lo que acontecía
en el libro. Gruñó sin proponérselo.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley
estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio
que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido.
—¡Por
las barbas de Merlín! — exclamó medio comedor, atónito.
—Esa ha
sido magia poderosísima—añadió el resto del comedor, mirando asombrado a Harry.
Harry
se encogió de hombros una vez más, mientras que los adultos se miraban
perplejos, ¿cuál era el alcance de magia de Harry Potter? Esa era una pregunta,
pensaron, que a medida que avanzará la lectura la sabrían.
La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el
suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
Aunque la escena era
terrorífica, la gente rió con ganas. Dudley y su familia habían tenido su
merecido.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry
habría podido jurar que una voz baja y sibilante
decía:
—Brasil,
allá voy... Gracias, amigo.
—¡Escalofriante!
— exclamó Ron temeroso. Nadie le rebatió, porque era cierto.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente
conmocionado.
—Pero...
¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
La gente, aunque seguía aterrorizada por la plática
serpiente-Harry, rió con ganas.
El director del zoológico en persona preparó una taza
de té fuerte y dulce para tía
Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez.
Sirius sonrió maliciosamente.
Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había
hecho más que darles un golpe juguetón
en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la
pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo.
Risa
sofocada era lo único que se escuchaba en el comedor.
—Se
lo merecían— dijo Hannah, riendo.
Harry
la miró agradecido.
Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se
calmó y pudo decir:
—Harry
le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
—¡muggle
del demonio! —exclamo Sirius cólerico mientras, nuevamente, escribía en el
pergamino.
Muchos
que estaban a su alrededor, asintieron en acuerdo con él. Ya habían perdido la
cuenta de cuantas veces habían estado de acuerdo con el prófugo Sirius Black.
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado,
antes de enfrentarse con
Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
Sirius
y Remus volvieron a gruñir. Vernon Dursley tendría un día muy malo cuando lo
tuviesen de frente.
—Ve...
alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en
una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de
brandy.
La
gente ahogo un grito, ¿cómo podían hacerle eso a un niño?
—Mejor
que no hagan lo que estoy pensando que
harán—dijo Sirius con los ojos atormentados y sombríos.
—Porque
si hacen lo que pienso, se las tendrá que ver con nosotros— añadió Remus,
gruñendo.
Harry
se alejó un poco de los dos hombres. No quería ni saber lo que sucedería cuando
leyera el castigo. De seguro que se armaría un escándalo.
—Es
horrible— sollozó Hermione, mientras Ron la reconfortaba. Ambos estaban dolidos
con lo que se leía y cosa que jamás Harry les había contado.
Ginny miraba a Harry apenada. Sentía muchas ganas de
reconfortarlo, de hacerle ver que ella estaba allí con él, que no importaba lo
que le haya pasado Pero estás con Michael, no con él.
Además él te ve como una hermana.
Pensó abatida antes que la voz de la profesora McGonagall la sacase de sus
pensamientos.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena
oscura, deseando tener un
reloj.
Sirius entrecerró los ojos una vez más.
No sabía qué
hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos.
Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo
de comer.
Sirius
y Remus tenían una mirada asesina en los ojos al igual que Snape, aunque la de
este último paso desapercibida por el resto.
Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años
desgraciados,
Albus miró con aire de culpabilidad al libro, pero
Harry debía y tenía que seguir viviendo con los Dursley si quería seguir con
vida.
hasta donde podía acordarse, desde que era un
niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche. No
podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron.
Algunos
gruñeron, otros miraron indignados y los restantes entrecerraron los ojos.
Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las
largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago
cegador de luz verde y un dolor como el de
una quemadura en su frente.
El
comedor se quedó sin aliento.
—¡No
puede ser!
Harry escuchó murmurar eso a su alrededor.
Todos los pensamientos parecían irse a un solo lugar: La maldición asesina y al
recuerdo del niño que vivió. Pero nadie tenía el valor de decir algo. Se
encontraban aturdidos.
Ron y
Hermione, en tanto, le veían como nunca lo habían visto, pensando en tener una
seria conversación con su amigo. Lo mismo sucedía con Sirius y Remus.
Harry
se frotó la sien, no quería nada con nadie de momento, ya que el capítulo lo
tenía hasta más arriba de la coronilla. Rogaba que terminase pronto y para su
suerte, la profesora volvió a leer.
Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no
podía imaginar de dónde procedía la luz verde.
De
Voldemort Pensaron Albus, Sirius,
Remus y Harry.
Y no podía recordar nada de sus padres. Sus
tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.
—Te
prometo que te hablaré más de tus padres y te mostraré muchas fotos que tengo
con ellos— prometió Sirius. Remus asintió con la cabeza. Y Harry les sonrió de
vuelta.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez
que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero
eso nunca sucedió:
Mi culpa, es mi culpa, Mi odiosa culpa. Yo y mi gran estupidez.
Debí decírselo a Remus, debí confiar en él, ¡Por qué Merlín no se lo dije! Harry
hubiese vivido feliz conmigo y con Remus, rodeado de personas que le quieren. Se lamentó Sirius.
Yo debía haber desobedecido a Dumbledore. Debí ir a la
casa de los Dursley y habérmelo llevado, ¿porqué fui tan imbécil? Gimió Remus,
poniéndose una mano en la cabeza antes d eque Minerva volviese a leer.
los Dursley eran su única familia. Pero a veces
pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas
que se comportaban como si lo conocieran.
—Probablemente
magos—comentó Arthur Weasley quien se veía totalmente fuera de sí. Jamás se
imaginó potarse con semejantes muggles y se estaba recriminando por no haber
dejado más tiempo a ese niño con la
golosina que habían inventado los gemelos. Se lo merecía.
Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un
sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y
Dudley.
Harry sonrió, ya que tal y como había dicho el señor
Weasley segundos atrás, esos eran magos.
Después de preguntarle con ira si conocía al hombre,
tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de
verde, también lo había saludado alegremente en un autobús.
Sirius pareció animarse al enterarse de esos saludos
a su ahijado.
Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura,
le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una
palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la
forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.
Aparición, pensó Remus ya más tranquilo.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que
el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con
su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
Una
vez más la gente miró con tristeza a Harry, pero también sentían furia.
—Así
que nosotros fuimos tus primeros amigos, Harry — comentó Ron aturdido.
Hermione, a su lado, gimoteaba. Harry asintió. ¿Por
qué Merlín tuve celos de él? ¿Por qué no me di cuenta antes? Soy un
tarado de marca mayor, un imbécil. Se
recriminó Ro, mientras Hermione le
tomaba la mano para reconfortarse.
—Es el
fin del capítulo — declaró la profesora McGonagall, apenada.
Muchos
suspiraron aliviados. Otros pedían que el otro capítulo no fuera tan tenso como
este.
—Profesor
Flitwick, ¿leería el próximo capítulo— le preguntó el director amablemente.
—Por
supuesto, Albus— chilló Flitwick.