martes, 23 de julio de 2013

Capítulo 2


Capítulo 2: El niño que vivió.


— Vamos Harry, será divertido — le animó Sirius. Harry lo miró con horror —.A fin podré saber cómo fueron tus dos primeros años en el colegio— terminó de decir con una evidente sonrisa en su rostro, mientras alborotaba el cabello de su ahijado.
 Los Gryffindor venían la escena con cierto temor, preguntándose la razón por la que  Sirius Black, el famoso asesino, se encontraba ahí y porqué el ministro no le detenía.

La señora Weasley gemía, no quería enterarse del peligro que podría correr su hijo y sus dos amigos, por más que supiera que los acontecimientos que se narrarían ya habían sucedido.

Albus Dumbledore se aclaró la garganta y comenzó.

El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive,

—Pensé que se trataba de los años de Harry en el colegio, no de esas personas— refunfuñó Umbridge.

Aunque la gran mayoría le gruñó, no pudieron evitar estar de acuerdo con ella. Las miradas de todos se dirigieron a Harry, quién se encogió de hombros e hizo un gesto al director para que continuase leyendo. Él lo hizo sin demoras.


 estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.

—¿Normales?, ¡ni que me lo digas! —exclamó Harry sarcásticamente,  rodando sus ojos.
—¿No te gustan tus parientes? — le preguntó Neville totalmente confundido por la declaración.
—Te darás cuenta mientras avancemos en el capítulo — dijo, sin dar mayores explicaciones, Harry odiando el hecho que todos se enterarían de su grandiosa vida familiar en breve.

 Sirius, Remus, Tonks y los Weasley, luego de aquella respuesta,  se miraron mutuamente perplejos,  preguntándose cómo sería la vida familiar de Harry y rezando porque no fuese nada malo. Ron y Hermione, en tanto, miraban a su amigo confundidos; pero no hicieron comentarios, algo les decía que lo que leerían sería horrible desde todos los ángulos. Suspiraron inquietos antes de que la voz del director les indicara que seguía  leyendo.

Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.

—¿Qué significa eso? — graznó la profesora McGonagall, evidentemente enojada desde la mesa de profesores.

Nadie supo qué contestarle. No tenían idea a lo que se refería esa línea, por lo que Albus continúo leyendo.

El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.

—¿Taladros? —preguntaron los sangre pura.

 Los nacidos muggles rodaron sus ojos, pero se negaron a decir algo.

—Es una herramienta muggle que se utiliza para hacer orificios en maderas o fierro— explicó Hermione, suspirando.

Los sangres limpias quedaron más confundidos después de la explicación. Ella rodeó sus ojos y bufó exasperada antes de que la lectura continuase.

Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso.


Sirius y Remus rieron disimuladamente. Ellos habían visto una sola vez a Vernon Dursley, pero lo recordaban a la perfección. Era un hombre grotesco en todos los sentidos.
La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual,

Severus casi sonrió. Petunia Evans siempre fue igual. Dudo mucho que cambie Pensó, sacudiendo la cabeza.

En cuanto a los demás, no les habían agradado las descripciones de esas dos personas, para nada.

lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.

-—¿Expiando a los vecinos? — gruñó Molly enfadada.
—¡Cómo puede haber alguien tan chismosa! — agregó Minerva McGonagall, frunciendo el ceño.

Los alumnos  se estremecieron. Tener dos mujeres con similar carácter en el comedor, leyendo los libros, sería una completa pesadilla. Varios tragaron saliva.

Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.

—¡Mejor que él! — exclamó Sirius ofendido—. En mi opinión Harry es mucho mejor que aquel niño, pese a que no lo conozco.

Harry le sonrió ampliamente. Le gustaba sentirse tan querido por su padrino y solo esperaba el momento en que se leyese que Sirius era inocente de los cargos que se acusaba y quedase en libertad. Una libertad que se merecía con creces.

Mientras Harry sonreía a su padrino, los alumnos miraban a Sirius con temor y miedo, preguntándose por enésima vez por qué razón se encontraba leyendo ese libro y por qué no lo enviaban a Azkaban. Se encogieron, entonces, de hombros cuando comprendieron que por el momento no tenían respuesta para aquellas preguntas.

Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.

— ¡Los Potter! — exclamó el comedor atónito.  

Nunca nadie imaginó que los parientes de Harry pensaran en los Potter como un secreto horrible, por lo que, momentos después de exclamar,  muchos silbaron, gruñeron o  maldijeron a los Dursley.

—Los Potter no tienen nada de malo, son  geniales —dijeron, a través del ruido,  Sirius y Remus enojados. Tonks asintió con la cabeza.
—Tienen toda la razón —concordaron Molly y Arthur. Ambos estaban enfurecidos con esos muggles
.
En la mesa de profesores, McGonagall, Moody, Kingsley, Hagrid, Binns, Flitwich, Stroup y Trelawney miraban el libro enrabiados y ofendidos.  Tanto Lily como James eran excelentes hechiceros y muy queridos en la comunidad mágica. Su muerte supuso un gran dolor para todos.

Albus, en tanto, miraba sereno al libro, pero se le podían notar los ojos oscuros. Nunca me imaginé que pensaran en ellos de aquella forma Pensó, sintiéndose apenado.

Snape y Umbrigde eran los únicos que no expresaban emoción alguna. No obstante, el primero en su interior sentía odio por Petunia y su marido.

La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,

Sirius, Remus y Snape entrecerraron los ojos, pero nadie notó aquella acción porque la gran mayoría miraba en dirección  al libro, indignados.

 porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.

—¡Muggles horrendos! — gritaron indignados profesores y alumnos
—James no era inútil— siseó Sirius, entrecerrando los ojos.
—Era un miembro activo de la orden del fénix— apuntó Remus, frotándose la sien.
—Un excelente miembro— añadió Kingsley, mirando a Harry radiante.

Harry sonrió, orgulloso de la profesión que había conseguido su padre, pese a que no la necesitaba. Y él quería seguir sus pasos, quizá no en la orden del fénix; pero sí como auror de tiempo completo.

Ron y Hermione, aunque se habían enfadados con esa línea, sonreían ampliamente. A ellos les hubiese gustado conocer a los padres de su amigo, pero sabían que eso era un sueño imposible.

Los demás seguían disgustados con los Dursley. El único que parecía no preocuparse por esa afirmación era Snape,  pero en su interior... James Potter no me importa para nada y puede ser un completo idiota, egocéntrico e inútil, cualquier cosa que esa familia piense de él. Sin embargo, Lily era una de las mejores brujas que pudiese haber en Hogwart. Ella se merecía tener una vida larga y plena, no morir por aquel gusano. Será mejor que Petunia y su familia no sigan diciendo cosas de ella o sino, ya veremos qué penas del infierno reciben. Pensó, antes que la voz de Albus lo sacase de sus pensamientos.

Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera.

Sirius, Remus, Tonks, Arthur y Molly fruncieron el ceño, evidentemente enojados. Pero no quisieron hacer comentarios de momento.

 Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.

— ¡Un niño como aquel! — gruñó Minerva, entrecerrando los ojos. Sus colegas se encontraban tan enrabiados como ella.
—¿Qué significa eso? —preguntó Remus, siseando enojado.
—¿Cómo se atreven a separar a Harry de Dudley— graznó Sirius, aferrando fuertemente su varita.
—No te preocupes Sirius, no me interesa para nada— le aseguró Harry, encogiéndose de hombros.

Sirius, Remus, Ron, Hermione, Tonks, Molly y Arthur lo miraron perplejos, intentando encontrarle lógica a aquellas palabras, pero sin hacerlo. Fruncieron, entonces, el ceño.

Los demás seguían enojados y maldecían entre dientes, no obstante, la voz potente del director los calló y la lectura continúo.

Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.

—¿Acontecimientos extraños? —preguntaron los adultos desconcertados.
—No será la noche de... —comenzó a decir Remus, sacudiendo la cabeza. Sirius, a su lado, se puso rígido.
—¿Cuál noche? — preguntó, entonces,  Harry confundido.

Nadie le respondió, por lo que Albus, sabiendo a lo que se referían, siguió leyendo.

El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.

—¡Qué hermosas imágenes mentales! — exclamó la mesa de Gryffindor sarcásticamente.

El resto del comedor compartió esa acción, asintiendo con la cabeza.

Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana. A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla

Harry rodó los ojos.

 y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes.

—Es un niño absolutamente mimado e irritante— expuso Molly molesta.

Todo el comedor le dio la razón a la señora Weasley. Dudley Dursley era un niño completamente horripilante

«Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4. Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.

—¿Un gato leyendo un mapa? —preguntaron los niños de primero confundidos—. No existe eso.
—Puede que sea  la profesora McGonagall —dijo Hannah, poniéndose una mano en la barbilla.

Muchos asintieron de acuerdo con la Hufflepuff, no obstante, Minerva los miró severamente. Al instante, todos los estudiantes estaban  en silencio. Por la mente de la profesora, sin embargo, Es aquella noche se decía mientras intentaba aguantar las lágrimas que amenazaban por salir de sus ojos. Esa pérdida era dolorosa para la comunidad mágica.

Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica.

—Sí tú los dices— se rió el comedor antes de que la lectura continuase.

El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.

Minerva frunció el ceño. Ese día había sido un verdadero dolor de cabeza para ella, no solo por la muerte de dos de sus alumnos favoritos, sino también por vigilar a esa familia.

 Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos).

 —Un gato común y corriente no podrá leer ningún rótulo ni planos; pero si se trata de la profesora McGonagall, todo es posible—dijo Sirius, sonriéndole a la profesora.
—Gracias por el elogio, señor Black—esbozó una sonrisa Mineva.

Todos alternaron las miradas entre Sirius y la profesora, perplejos. Ninguno de ellos jamás imaginó a McGonagall sonriendo así.

Albus, con una sonrisa en sus labios, siguió leyendo.

El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los de taladros que esperaba conseguir aquel día.

—¡Qué aburrido! — se quejó Fred, cruzado de brazos.
—La morsa es un muggle empalagoso— rió George, chocando las manos con su hermano.

Sirius y Remus se miraron mutuamente antes de reír por lo bajo Se parecen tanto a lo que hacíamos nosotros dos con James. Algo les decía a los dos merodeadores que pasarían momentos agradables con los gemelos Weasley.

Los demás, en tanto, reían a carcajadas. Era una excelente descripción para Vernon Dursley, pese a no conocerlo aún.

Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.

— ¿Individuos con capa?— parpadeó  Draco—-, ¿vestidos de forma extraña?, ¡Quién se cree que es este muggle horrendo y estúpido!

Aunque los profesores se habían enojado por la manera en que se expresó Malfoy, estuvieron de acuerdo con sus palabras, al igual que el resto de los alumnos. Vernon Dursley, de a poco, se estaba convirtiendo en un personaje odiado.

El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.

—No llevamos ropa ridícula— gruñó Harry, golpeando la mesa. Odiaba con todo su corazón a su tío y esperaba no verlo nunca más en su vida, pero sabía que era imposible ese deseo.

Los demás, aun cuando se asustaron por el arrebato de Harry, no dejaron de estar de acuerdo con él. Ellos no eran ridículos ni nada que se le pareciera, pensaron antes de que Albus siguiese leyendo.


 ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva.

No lo es— Sirius se cruzó de brazos, indignado.

Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados.  

Debe ser esa noche  Pensaron los adultos, mirando al suelo con tristeza.

El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor!

El comedor gruñó. Estaban cabreados con la actitud de Vernon Dursley. Muchos querían hechizarlo si tuviesen la oportunidad.

Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso.

—¡Publicidad! — exclamó el alumnado confundido.
—¿Qué las capas son ridículas o que hacemos una colecta? —gruñeron entre dientes los adultos.

A cada minuto que pasaba, Vernon Dursley era más y más odiado. Y todos concluyeron que jamás deseaban conocerlo. Una persona como aquella no merecía si quiera ser conocida por ellos.

—Él siempre será así— susurró Harry, haciéndole un gesto al director para que continuase.

Albus siguió con sus ojos sombríos y oscuros.

El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros. El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros.

La gente frunció el ceño.

No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.

Los profesores, aurores y demás adultos se miraban mutuamente. Cada línea confirmaba que era aquella noche, la noche en que quien no debe nombrarse mató a los Potter.
De pronto, se sintieron nerviosos, tensos y angustiosos. No querían recordar aquella noche fatídica.

La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas.

—Pobres muggles— comentó Molly, negando con la cabeza—. No se merecen ser tratados de aquella forma solo porque su jefe esta de mal humor.

Varios asintieron con la cabeza antes de que Albus continuase leyendo.

Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.

Los profesores gruñeron. Nada le daba derecho a gritar de ese modo.

 Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente. 

—Estar de buen humor no significa gritarle a las personas— siseó Minerva.

Tanto ella como Sirius, Remus, Molly, Arthur y Tonks comenzaban a sentirse nerviosos por cómo había vivido Harry hasta el momento. No querían, tampoco, imaginar nada. Solo esperaban que el libro se les dijese, pero que fuese algo bueno, no malo.

Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso.

—Y nosotros estamos enfadados contigo, Dursley— gruñó Gryffindor.

Todos asintieron, incluyendo Slytherin.

Harry, en tanto, suspiró. No quería ni pensar en lo que dirían sus compañeros, Sirius, Remus y los señores Weasley cuando se leyese cómo pasó su infancia. No quería la compasión de nadie. Pero también comprendía que nada podía hacer para que esa parte no se leyera. Tendría que ocurrir tarde o temprano. Volvió a suspirar antes de volverle a prestar atención al libro.

Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
Sí, su hijo, Harry...

Todo el mundo contuvo la respiración. Los alumnos se podían imaginar para donde iba el asunto.

-—Es la noche —tartamudeó Sirius, agarrando su cabeza con ambas manos, intentando alejar las imágenes de aquel día, alejar esos recuerdos dolorosos que tanto mal le hacían. Sin embargo, también entendía que en algún momento de la lectura, esos recuerdos volverían y él no quería volver a sufrir. No ahora que tenía a su ahijado junto a él.

Harry, en tanto, se había quedado tan quieto como un mármol sin saber cómo reaccionar Fue esa noche. Esa maldita noche donde mis padres murieron en manos de Voldemort y yo me convertí en un huérfano e irme a vivir con los Dursley  De pronto sintió la ira invadir su cuerpo, pero también sus lágrimas caer por sus mejillas. Aborrecía a Tom Ryddle desde el fondo de su alma.
Sirius, al percatarse de las lágrimas en el rostro de Harry, puso una mano sobre su hombro, a pesar de sentirse tan afectado como él. Ron y Hermione, en cambio, le habían tomado las manos a su amigo para infundirle ánimos debido a que sabían lo terrible que era esa situación para Harry.

Nadie se atrevió a decir nada, solo se limitaron a sollozar por lo bajo. Harry suspiró, mientras que Albus, con sus ojos azules tristes, volvía a leer.

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los  que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina.

—Cobarde— susurraron los gemelos, frunciendo el ceño.

 Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea.

—Es un muggle exasperante y engreído— acotó Tonks, rodando sus ojos.
—No lo dudes— confirmó Harry, encogiéndose de hombros.

Nadie quiso decir nada, prefirieron seguir escuchando la lectura.

Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido.

-—Es un gran estúpido—gritó, para sorpresa de todos, Malfoy. El comedor se giró en su dirección, boquiabierto— ¿Qué? Es verdad —se defendió, cruzándose de bazos y haciendo una mueca

La gente se quedó callada. Sabían que Draco Malfoy estaba en lo cierto al decir que el muggle era estúpido, no obstante, jamás pensaron que él diría una cosa de esas. Suspiraron, antes de que Albus continuase.

Potter no era un apellido tan especial.

—Es especial en el mundo mágico, tarado— gruñó Sirius, aferrando su varita.

Todos, incluyendo Slytherin aunque de malagana, asintieron de acuerdo con el prófugo. Sin embargo, todavía le tenían miedo y se seguían preguntando que hacía en el comedor.

Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry.

—En el mundo muggle tal vez; en nuestro mundo, no— insistió, esta vez, Remus frunciendo el ceño.

Nadie lo contradijo, ya que tenía razón.

Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry.

Sirius, Remus, Tonks, Molly, Arthur y Minerva entrecerraron los ojos y gruñeron, empezando a sentir un mal presentimiento referente a la infancia de Harry.

 Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold.

—¿Harvey o Harold? — repitió Remus perplejo.
—Esos son los nombres más horribles que he escuchado en mi vida—declaró la señora Weasley enfadada.
—No hubiese consentido que  James y Lily le pusieran esos nombres a mi ahijado— expresó Sirius enrabiado.
Alumnos y algunos profesores miraron a Sirius estupefactos, ¿había dicho ahijado?, ¿Era posible que Sirius Black, el asesino de esas trece personas, fuese realmente el padrino de Harry Potter? Era absurdo, aún así, no lo sabrían hasta que alguien confirmase esa suposición, cosa que estaban seguros, faltaba harto para saber con exactitud.

No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana.

Snape gruñó por lo bajo.

Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...

Gruñidos, quejas y silbidos era lo único que se escuchaba a lo largo del comedor. La gente estaba indignada por todo lo que estaban leyendo.

Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

Algunos rieron por lo bajo y otros miraron perplejos al libro.

Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.

La risa fue tapada por  una tos seca.

Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

Albus negó con la cabeza antes de seguir leyendo.

¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!

El comedor  bajo su cabeza en señal de luto y tristeza. Ese día, a pesar que en un principio todo era felicidad porque quien ustedes saben se había ido, fue absolutamente lamentable, ya que la noticia de la muerte de los Potter se esparció rápidamente, provocando que la alegría se convirtiera en melancolía. Nadie se imaginó jamás que con la muerte de dos personas, la paz floreciera en el mundo mágico. Y aunque la gran mayoría se preguntaba qué era lo que pasó ese día en la casa de James y Lily, comprendían que quizá nunca lo sabrían.

Los profesores miraban con los ojos vidriosos en dirección de Harry. Para ellos el haber perdido a dos excelentes brujos era todavía un sufrimiento, sobre todo cuando su hijo se parecía tanto a ellos, tanto en lo físico como en el carácter.


Harry, mientras eso sucedía, no sabía qué hacer o pensar. Sólo sabía que la luz verde que recordaba tan vagamente años atrás,  se hacía cada vez más evidente y clara en sus pensamientos. Y es más, ahora podía escuchar los gritos de sus padres y su propio llanto, haciendo eco en su cabeza. No era una sensación agradable, era un suplicio. La ira volvió a recorrer su cuerpo, pero también las lágrimas. Se sentía impotente ante todo lo que pasaba.
Sus dos amigos, en tanto, le mantenían las manos tomadas, infundiéndole ánimo y apoyo. Gesto que Harry agradeció esbozando media sonrisa.

Sirius era un asunto a parte debido a que se encontraba con sus manos sobre la cabeza, recordando esa noche. ¿Por qué no confié en Remus?, ¿Por qué no le dije mis sospechas? Hubiera detenido lo que vendría. Si tan sólo hubiese sido más rápido y astuto nada de lo que pasó hubiera pasado. James, Lily, siento tanto lo que sucedió. Me duele que haya sido, en parte, mi culpa lo que les sucedió.

Remus no estaba en mejores condiciones. Él se lamentaba al igual que Sirius Mis amigos, Lily, James, ¿por qué les tuvo que pasar eso?, ¿por qué a ustedes?, ¿Cómo fue que nos pasó esto?, ¿por qué la rata los tuvo que traicionar?, ¿Por qué?

Tonks  al percatarse de las condiciones en que se encontraban su primo y Remus, les tomó la mano a ambos en señal de apoyo. Ellos agradecieron el gesto con una sonrisa débil y que no llegó a sus ojos.

Luego de que la pena se hubiese pasado, Albus continúo leyendo.

Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó. El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido.

Harry disimuló la risa con una tos. Imaginaba a su tío en esa posición y la imagen que se le pasó por su cabeza fue bastante graciosa.

Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado.

—Muggle idiota— susurró Dean, rodando los ojos desesperado.

Todos le dieron la razón.

Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).

Dean y Semus se miraron largamente antes de reír por lo bajo. Este muggle era un completo imbécil.

 Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana.

Minerva esbozó una sonrisa maliciosa y seria que estremeció a la mayoría. Nadie quiso, eso sí, decir o hacer cualquier cosa. Odiaban ese tipo de mirada en la profesora.

En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

La sonrisa de Minerva se acrecentó Al menos el muggle está recibiendo su merecido por todo lo que hiso. Me alegro haber contribuido un poco.

¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.

—No funcionara si es McGonagall el gato— negaron con la cabeza  los gemelos
—Profesora McGonagall, señores Weasley— corrigió Minerva, mirándolos severamente.

Ambos tragaron saliva, mientras su madre les tiraba las orejas por lo desubicados que habían sido con la profesora.
El regaño de la señora Weasley provocó que unos poco rieran por lo bajo antes de que Albus, con los ojos brillando de diversión, siguiese leyendo.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.

—Por lo tanto es Minie—confirmaron Sirius y Remus, sonriendo por lo bajo.

Minerva los miró severamente, pero aún así esbozó una pequeña e imperceptible sonrisa. El resto  del comedor, miraba atónitos y con la boca ligeramente abierta a ambos adultos.

—¿Cómo la han llamado? — preguntaron George y Fred a la vez, mirando extasiados a los merodeadores.
—Minie— respondió Sirius con sencillez.
—Es así como la llamábamos en el colegio— terminó de decir Remus, chocando las manos con su amigo.

Los gemelos esbozaron idénticas sonrisas. Estaban seguros que se llevarían muy bien con Sirius y Remus.

El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato.

—No— indicaron Sirius, Remus, Fred y George sonriendo—, pero si se trata de Minie, entonces sí.
—Para los cuatro, señores Weasley, señor Black y señor Lupin— dijo Minerva, entrecerrando los ojos—. Les queda prohibido decirme aquel apodo, ¡entendido!

Los cuatro tragaron saliva, mientras los demás se reían de las tonterías de los bromistas.

Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

—Cobarde— declaró la casa de Gryffindor, cruzada de brazos.
— ¿Lo dudaban? — ironizó Harry, rodando los ojos.

Nadie le respondió, pero la gran mayoría le dio la razón. Vernon Dursley durante este capítulo había demostrado con creces ser un completo miedoso, de eso no tenían duda.

La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija,

—¡Qué mujer más chismosa! — exclamó Molly enfadada.

Tonks, Minerva y Sprout le dieron la razón. Comenzaban a detestar a esta mujer.

 y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase (« ¡no lo haré!»).

— ¡Linda y hermosa frase! — pronunció sarcásticamente Minerva, rodando los ojos.

Las mujeres le dieron la razón. Era una magnífica frase la que había aprendido. Sería un niño perfectamente mimado, no lo ponían en duda.

El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.

Como siempre Pensó Harry, suspirando.

Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual.

—Se estaban comportando así por lo que le ocurrió a James y Lily Potter— detuvo su lectura Albus y posando los ojos azules en los de Harry. El muchacho tragó saliva, ignorando el centenar de miradas que se dirigían a él—. La noticia se esparció tan rápidamente y fue tan dolorosa e inesperada que la gente no se convencía que dos jóvenes llenos de vitalidad y, por lo demás,  excelentes brujos murieran a manos de Voldemort—  varios se estremecieron—,  quién desapareció de la faz de la tierra luego de ese día.
—El Ministerio— acotó Fugde, mirando al suelo—. Recibió aquel día un centenar o quizás un millar de cartas. Todas ellas esperando que desmintiéramos lo que salió en el profeta ese día— el corazón de Harry se aceleró,  ¿esto había salido  en el profeta? , ¿Fue una noticia?, ¿quedaría algún ejemplar aguardado en algún lugar? Lo dudaba, pero aún así quería y deseaba poder ver esa noticia—.Naturalmente—la voz del Ministro lo sacó de sus pensamientos—, y a consecuencia de la insistencia de las personas, nos vimos en la obligación de sacar en el otro ejemplar, una noticia con la confirmación.
—Esa confirmación la dio Albus y fue muy fuerte aceptar, luego de que todos habíamos celebrado la derrota del innombrable pensando y rogando que fuese mentira que James y Lily estuviesen muertos, que era absolutamente cierto— añadió Molly, abrazada a su esposo.

A Harry se le hizo un nudo en la garganta. Jamás había escuchado esa historia. Y nunca hubiese creído, pensado o imaginado todo lo que pasó aquel día en el mundo mágico.
Sin ser consciente, emitió un sollozo, que pronto se trasformó en llanto. Odiaba que sintieran lastima por él, pero no podía dejar de sentirse mal cuando se trataba de sus padres a los cuales nunca conoció por culpa de Voldemort. La ira volvió a él. Odiaba más que nunca a ese ser que les arrancó la vida a sus padres y le quitó su infancia. De repente, sintió una mano que le tomaba el hombro. Su padrino volvía a infundirle apoyo. Harry le agradeció con la mirada.

Nadie era capaz de articular palabra alguna, por lo que, después que Harry se hubo calmado, Albus decidió seguir leyendo.

 Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño.


—Nunca serán capaces de explicar los sucesos del mundo mágico. Siempre los dejará desconcertados y extrañados— aclaró Fudge, suspirando brevemente.

—El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?

Los magos y brujas gruñeron. Esa era la forma menos adecuada de cambiar de tema. De hecho, fue un insulto para ellos, considerando lo que se leía.

Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces!

Albus negó con la cabeza antes de seguir.

Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras.

La gente volvió a gruñir, pero no quiso hacer comentarios de momento.

¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por todaGran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...

Muchos volvieron a gruñir, otros entrecerraron los ojos , y los restantes miraron severamente en dirección al libro antes de que la lectura siguiese.

La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.

—¡Al fin! — profirió Susan, alzando sus manos como un gesto desesperado.

Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

Siempre con tu irracional odio, ¿no Tuney? Siempre quisiste ser una bruja, pero por tus venas no corría la sangre mágica como lo hacía en mi hermosa Lily. Por ese motivo, odiaste, maldijiste y fingiste no tener una hermana. La envidia te corroe, por eso fuiste y seguirás siendo así con ella a pesar de que murió hace años Pensó Snape, apretando los puños con fuerza.

Mientras Severus pensaba, Sirius y Remus entrecerraban los ojos irritados. Lily era una de las mejores personas que podía haber en la tierra, exceptuando cuando se enojaba, y no merecía tener una hermana como Petunia.

Harry, en tanto, miraba fastidiado al libro. Él quería saber la razón de su tía para que odiase así a su madre. Le era insólito cuando muchos le habían dicho que su mamá era una excelente bruja y persona. No le caía en la cabeza aquello.

En cuanto a los demás, gruñían. Albus, con los ojos melancólicos, volvió a leer.


No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...
¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.

—¿Su grupo? —interrogó Sirius enfadado.
—No somos ningún grupo— gruñeron Dean, Parvati, Lavander y Neville.
—Somos magos civilizados— apuntaron Seamus, Luna, Susan y Hannah, cruzados de brazos.
—Y mucho mejores personas que ustedes, Dursley— añadieron Ron y Hermione, mirando con odio al libro.

Nadie los contradijo, porque tenían toda la razón. Hasta el momento, la aberración a los Dursley estaba aumentando rápidamente. Y no dudaban que se trasformase en odio puro.

La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería.

—Porque eres un maldito cobarde— susurró Sirius, maldiciendo entre dientes.

Para su suerte, nadie lo escuchó.

En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.

—No es un nombre horrible.  En  realidad, Harry es un nombre muy lindo—aclaró Ginny, frunciendo el ceño y ruborizándose levemente. Las demás alumnas asintieron, mientras Harry se iba tornando rojo de la vergüenza y el cumplido—. Lo que sí puedo decir es que el nombre de Dudley es vulgar, horrible y entretenido.

Varios rieron por lo bajo, otros negaron con la cabeza y los restantes miraron a Ginny enojados antes de que Albus, con una sonrisa en su rostro, volviese a leer.

Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.

Sirius gruñó, pero no dijo nada. Se limito a seguir escuchando.

No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí.

La gente le sonrió abiertamente a la profesora. Ella le estaba dando una pequeña lección a Vernon, poniéndolo maniático y nervioso.

Minerva, en respuesta, se limitó a asentir levemente. No obstante, aún podía sentir la irritación que le produjo vigilar a aquellos muggles.


Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo.
¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.

La profesora Mcgonagall agachó la cabeza, mientras sollozaba discretamente. Nunca estuvo de acuerdo con la decisión de Dumbledore al dejar a Harry con esa gente. Y temía, ahora que estaba leyendo esto, que no era como él le había convencido años atrás y a todas las personas que le preguntaban por el niño: Que Harry se encontraba  y lo cuidaban muy bien.

Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley.

Harry miró fijamente al libro. A él le hubiese encantado no vivir  jamás con los Dursley y quería encontrarle la razón a su tío cuando decía que no existía manera alguna para que se acercaran a ellos. Pero eso no era posible, él de todas formas tuvo que irse con sus tíos porque alguien lo ordenó así. Sin embargo, anhelaba conocer los verdaderos motivos para que lo dejasen en ese lugar y quién lo dejó allí. Podía asegurar que Dumbledore sabía ambas respuestas y nunca se lo había dicho, aunque algo le decía que tenía que ser por su madre, Lily Potter. Suspiró brevemente antes de que Albus volviese a leer.

Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase...

Sirius, Remus y Snape entrecerraron los ojos, sabiendo exactamente a lo que se refería Vernon Dursley y no era nada agradable.

No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...

Albus suspiró A lo mejor no fue la mejor idea dejarlo con ellos, aun así tenía y debía hacerlo.

¡Qué equivocado estaba!

Harry miró al libro que sujetaba el director, preguntándose una vez más la razón para que él terminase viviendo con los Dursley.

El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive.

La gente miró a la profesora sin comprender por qué seguía en ese lugar. Ella, en respuesta, le hizo un gesto al director, intuyendo que saldría en el libro. No había necesidad de explicarlo.

 Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.


Nuevas miradas confusas se dirigieron a la profesora, quién optó por rodar los ojos y señalar con su dedo al libro.

Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra.
La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.


La gente miró sin comprender esa línea, ¿quién podría ser? Sin embargo, no pensaron más allá de eso porque la voz de Albus Dumbledore sacó a todos de sus pensamientos.

En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez.

—¿Qué hace el director en ese lugar? — preguntaron los estudiantes confundidos.

El director suspiró, pero no dijo nada. Él quería que con la lectura del capítulo se dieran cuenta de por qué se encontraba ahí  Sí es que Harry ya lo supo por esta línea. Pensó, mirando discretamente  en dirección de Harry. Lo vio con el ceño fruncido y cruzado de brazos Lo sabe suspiró resignado, entrecerrando los ojos e evitando hacer contacto con los ojos del muchacho porque aún sentía que veía los ojos de Voldemort en los de Harry.

En efecto, Harry  al leerse esa línea, supo que una de sus respuestas sería respondida Sí es Albus Dumbledore quién me dejó allí, tiene que tener una poderosa razón y me la tendrá que decir más temprano que tarde.

Ron y Hermione,  en tanto, miraban perplejos al director, intuyendo casi lo mismo que Harry.

Los tres amigos suspiraron como si fuesen uno solo antes de que Albus volviese a leer.

El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore. Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido.

—Exacto—murmuró Harry, aún con el ceño fruncido.

Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:

Minerva negó la con la cabeza, mientras la gran mayoría disimulaba la risa con una sonora tos.

Debería haberlo sabido.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras.

—Impresionante— murmuró la casa de Ravenclaw, abriendo los ojos más de lo normal.
—Alucinante— dijo Slytherin, entre asombrados y de malagana.
—Fantástico— profirió Hufflepuff, mirando sorprendidos al director.
—Queremos uno— rogó  Gryffindor, poniendo los ojos como gatito.

Albus se limito a sonreír con los ojos brillando intensamente antes de seguir leyendo.

Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba.

Los de primer año se estremecieron, ya que le tenían cierto terror a la oscuridad.

Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.

Harry sonrió. Su tía Petunia se hubiese vuelto loca intentando de ver qué cosa pasaba. Era tan chismosa, que daba exasperación.

Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.
Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

—Teníamos razón— rieron los gemelos, chocando las manos.
—¿Alguien dudo de eso? —le preguntaron Charlie y Billy con las cejas levantadas.

Fred y George se encogieron de hombros sonriendo.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba.

La gente miró confundida al libro.

En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. 

—¡Oh! — exclamó el comedor con las orejas ligeramente rojas.

Parecía claramente disgustada.

Por supuesto que estaba disgustada. Observar a esos muggles horrendos todo el día fue suficiente para mí Pensó Minerva contrariada

¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.

Varios soltaron unas risitas,  que la profesora calló de inmediato con la mirada severa.

Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.

Otra vez, la gente rompió a reír. Minerva volvió a callar al comedor, mirando de forma dura

¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.

Varios agacharon la cabeza, otros miraron melancólicamente a Harry, y los restantes se limitaron a recordar aquel día.

Sin embargo, Harry apretaba los puños. Se sentía enrabiado por lo que había sucedido ese día,           ¿gente celebrando cuando sus padres murieron a manos de Voldemort? Dale, podía entender a la comunidad mágica. Después de años de torturas, terror, asesinatos a las personas,  él  desapareció sin dejar rastro. Motivo más que suficiente para armar fiestas, pero aún así deberían haber mostrado un poco más de respecto. Quizá haberse quedado en casa en memoria  a ellos, quizá haber celebrado discretamente, quizá haber hecho una sola celebración, o quizá no haber celebrado nada porque costó la vida de dos personas.
Suspiró para intentar calmarse, sabía que no sacaba nada con enojarse por algo que había ocurrido hace mucho tiempo atrás y que nunca podría ser cambiado. No valía la pena recriminar al mundo mágico. No lo valía.
Volvió a suspirar antes de volver a prestar atención a la lectura.

La profesora McGonagall resopló enfadada.
Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no...

Harry le sonrió a la profesora McGonagall. Ella le devolvió la sonrisa confundida.

 ¡Hasta losmuggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo.

Suspiros resignados fue lo único que se escuchó tras esa declaración.

Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle.


Kinsgley negó con la cabeza al recordar a Diggle. Siempre fue muy exagerado para sus cosas.
Nunca tuvo mucho sentido común.
No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

La gente asintió, sintiendo un escalofrió recorrer su espalda.

Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...

Los que no habían estado presentes en la primera guerra, escuchaban con gran interés el intercambio de los profesores.

Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros.

No pasará nunca— dijeron convencidos los estudiantes.

Los adultos no pudieron evitar sonreír antes el convencimiento de los más jóvenes.

Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?

—Por supuesto que sí— graznó Umbridge, rodando los ojos.
—Se equivoca— dijo calmadamente Harry—. Voldemort se fue por algunos años porque quedó sin fuerzas luego de que atacó mi familia. Se estuvo escondiendo como el gran cobarde que es, pero el año pasado regresó. Lo vi con mis propios ojos y mató a Cedric Diggory, aunque haya gente que no me crea o que piense que estoy hablando estupideces.
—Mientes, chiquillo embustero— refunfuñó Dolores.

La gente se había quedado en silencio, escuchando la conversación entre Harry y la profesora en absoluta quietud.

—No miento— insistió Harry hablando pausada y tranquilamente, aunque por dentro quería gritar—. Los libros dirán la verdad y ni usted ni el Ministerio podrán negar las verdades que se lean y le juro que tendrán que pedir perdón como mínimo. Y no precisamente a mí, sino un perdón a toda la comunidad mágica por haber tapado tantas atrocidades.
—No te atrevas, jovencito— siseó Umbridge, poniéndose de pie.
—Me atrevo porque digo la verdad— rugió Harry, golpeando la mesa—. El Ministerio es una entidad farsante que oculta información y que encarcela o acusa a personas inocentes. Y usted, señora Umbridge es la más infame de todas y la peor profesora que piso nunca Hogwart, que le ha hecho un mal terrible al colegio— la profesora amplio los ojos, sorprendida. Al igual que los estudiantes y adultos—. Ahora, siéntese y escuche el libro— como si fuese una orden, Umbridge se dejó caer en la silla en la cual estaba sentada. Los demás contenían la respiración y miraban anonadados a Harry—. Profesor Dumbledore, siga leyendo.

El director asintió y siguió leyendo con un comedor impresionado con lo que acababa de ocurrir.


Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?

—¿Un qué? — preguntaron  los sangre pura.

Albus solo rió por la frase que venía.

¿Un qué?

Varios rieron por lo bajo y otros miraron avergonzados.

Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.

—¡Ah! — exclamaron los sangre pura, encogiéndose de hombros mientras los nacidos muggles reían.

No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos

Y no lo era Pensó Minerva antes de seguir escuchando la lectura.

—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor,

Todos, exceptuando a Harry, Hermione, Sirius, Remus y Albus se echaron atrás con el mismo temor.

—¡Vamos! — exclamó Harry, cruzado de brazos—. Es solo un nombre.

Nadie le hizo caso. Harry rodó los ojos exasperado antes de que el director volviese a leer.

pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.

La gente se volvió a estremecer.

Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.

El comedor se quedó atónito, pero no dijo nada.

Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.

—No tanta información—-gimieron los alumnos.

Pomfrey simplemente se ruborizó, mientras que Albus miraba a los alumnos con un deje de diversión en sus ojos.

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

El ambiente del gran comedor cambio por completo. Si antes era de diversión, ahora todo el mundo, incluyendo a los profesores, miraba a Harry con aspecto sombrío y triste.

Harry quedó mirando a la nada, consiente que de cada rincón le miraban. Rápidamente Ron y Hermione le tomaron la mano en señal de apoyo. Lo mismo hizo Sirius y Remus.
Harry sonrió al darse cuenta que no estaba solo.

Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento.

Minerva asintió de acuerdo con el libro. Estaba deseosa de discutir la verdadera razón por la que quien no debe nombrarse desapareció.

Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad.


Una vez más, McGonagall asintió.

Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.

El Gran Comedor sollozó  en silencio, recordando aquel día con absoluta tristeza. Había sido duro para todos enterarse de esas muertes. Aún no la superaban.

Harry apretaba los puños, mientras sentía las lágrimas correr por sus mejillas. Aún se preguntaba el  motivo de Voldemort para matar a sus padres. Deseaba saberlo más que nada en el mundo. En ese momento pudo sentir las manos de sus mejores amigos sobre las suyas, apoyándolo en silencio, mientras sollozaban. Él le agradeció con una mirada su apoyo.

Sirius y Remu, en tanto,  mantenían sus manos sobre la cabeza; recordando ese fatídico día. Tonks, para tranquilizarlos, les sacó las manos de la cabeza y se las tomó, infundiéndoles ánimo. Ellos le agradecieron el gesto, sonriendo.

Los Weasley lloraban,  al igual que los profesores. Albus miraba con tristeza  al libro, sin su brillo característico.

Costo un rato que todos se calmasen para que la lectura siguiese.

Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...

Dos de mis mejores alumnos Sollozó Minerva, sacándose las lágrimas con un pañuelo.

Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry.

Harry ignoró las miradas que se dirigieron a él luego de que se leyera esa parte.

Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.

Esa declaración sólo  sirvió para que, nuevamente, los sollozos se tomaran el comedor.

Harry, aunque tenía lágrimas en sus ojos, se preguntaba ¿Por qué a él? ¿Por qué su familia? Necesitaba con urgencia una respuesta, que sabía que pronto la obtendría.

Dumbledore, sin ese brillo en los ojos, se atrevió a mirar a su alumno y le envió una triste sonrisa que el muchacho le respondió con la mismo desconsuelo. Albus pensó decirle el motivo que tuvo Voldemort para haber atacado a su familia, pero tenía un extraño presentimiento que se iba a averiguar a lo largo de la lectura. Por lo que decidió seguir leyendo.

Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?

—Es lo que todos queremos saber— comentó Sprout.

Varios le dieron la razón, pero el director calló cualquier otra pregunta, volviendo a leer.

Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.

Dumbledore lo debe saber. Tiene que saberlo pensó Harry, mirando intensamente al director, quien siguió leyendo.

La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba.

Hubo una exclamación de sorpresa antes de que Albus siguiese leyendo.

Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?

Varios miraron a Hagrid, esperando a que dijese algo; pero él simplemente se quedó callado.
Harry tenía un pésimo presentimiento el cual supuso que sería en breve confirmado.

Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.

Harry gruñó enojado. Entonces el director había sido, él lo había dejado al cuidado de sus tíos. No sabía el motivo, pero este hecho le hizo sentir mucha rabia en contra del director.

Mientras él pensaba eso, los demás se habían vuelto en su dirección atónitos. Aunque sabían que Vernon Dursley era un hombre malo, no podían ver el por qué de la reacción de Harry. Nadie se atrevió a preguntar, intuyeron que la lectura se lo diría.

Albus, apenado, prefirió seguir leyendo.

¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!

—Exacto— corroboró el comedor.

Pero Albus no les dio tiempo de decir nada más porque volvió a leer enseguida.

Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

—¿Una carta? — preguntó el comedor perplejo.
—¿Es enserio? —interrogó Seamus sorprendido.
—¿Se ha vuelto loco? — inquirió Neville, mirando anonadado al director.
—Una carta no es el mejor medio para explicar porque razón un niño se tiene que quedar con ellos. Siempre es mejor decirlo en la cara— dijo Molly, mirando severamente a Albus.

El director se encogió de hombros al tiempo que Sirius y Remus entrecerraban los ojos.

¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry!

—Mi punto exactamente— comentó Molly, mirando aprobatoriamente a Minerva.


¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.

Harry gruñó enfadado. Odiaba esa maldita fama y dudaba que la gente comprendiese la razón por la que no le gustaba. Tardarían varios capítulos o libros para que comprendiesen del todo el motivo.

El alumnado y el profesorado se preguntaban si era posible que Harry abominase su fama, lo cual era un absoluto disparate. A todos les hubiese encantado ser famosos. Suspiraron, luego de pensar aquello, y aguardaron a que el director siguiese leyendo.

Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?

Harry asintió dándole, en parte, la razón a Dumbledore. Había muchas cosas más de por medio que le hacía aborrecer su fama.

Los demás lo miraban boquiabiertos.

La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.

Todo el mundo rió a carcajadas, mientras Harry se encogía más y más por la vergüenza.

Hagrid lo traerá.
¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?

—A Hagrid, le confiaría mi vida— dijo Harry en voz alta.

Hagrid se ruborizó  y Albus sonrió ampliamente.

A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.

El comedor  miró atónito  la similitud que existió entre el profesor y Harry. Hecho que sin dudas dejó a más de alguno sin palabra.

Hagrid se tornó más rojo aún.

— Harry se parece a Dumbledore — declaró Ron, aún atónito por la situación. Varios le dieron la razón.

En cambio, Sirius, Remus, Fred y George reían disimuladamente, pero pronto se quedaron callados porque Albus volvía a leer.

No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

La gente miró al libro con ansiedad, preguntándose qué había sido eso.

Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.

—¿Podría ser mi moto? —susurró Sirius.

Él pensó que sí, pero sabía que lo averiguaría en breve.

La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete.

La gente rió con disimulo.

Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de labasura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín

—Es Hagrid—sonrió el comedor, provocando que el semi-gigante se ruborizara.

En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.

Harry supo que ese bulto era él. Y, aunque no lo quiso sentir, se puso nervioso.


Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.

—¡Sí—exclamó  Sirius exxitado—. Es mi moto.

El comedor lo miró boquiabierto,  ¿Ese era el comportamiento habitual de Sirius Black, el famoso asesino? Esperaban que no.

¿No ha habido problemas por allí?
No, señor. La casa estaba casi destruida,

Sirius y Remus entrecerraron los ojos apenados.

pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.

—¡Aw! — aullaron las niñas.

Harry se ruborizó.

Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

Los alumnos volvieron sus miradas hacia Harry, quién intento tapar la cicatriz aplastándola con sus cabellos, cosa que no funciono.

¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.

Harry suspiró lentamente.

¿No puede hacer nada, Dumbledore?
Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.

—Mucha información— gimieron los alumnos.

Albus se encogió de hombros, mirando divertidos a sus estudiantes.

Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto. Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley
¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso,

—¡Aw! —chillaron Cho, Marrieta, Susan y Hannah.
—¡Es adorable! — exclamaron Hermione, Ginny, Parvati , Lavander y la señora Weasley.

Harry se ruborizó, mientras Ron, Sirius, Remus, Fred, George, Charlie, Billy, Tonks, el Señor Weasley y el resto de sus compañeros varones, reían por lo bajo.

raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

—¡Ey! — profirió Sirius ofendido—. Me ofende esa frase.
—Canuto, no hables de más —le dijo Remus seriamente al ver que la mesa de Gryffindor se encontraba mirándolo curioso, a excepción de quienes lo sabían.
Sirius se calló al instante.

¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...

Harry le dio la razón a Hagrid.

Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. 

Harry apretó los puños una vez más.

Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos.

La gente miró con tristeza a Harry, quien ignoró esas miradas. No quería la compasión de nadie.

Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.

Casi lo mismo que hacían los tres mencionados.


Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.

Harry apretó aún más su puño. Estaba furioso.

Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.

Sirius cambio su estado de ánimo. Si antes se encontraba total y absolutamente divertido. Ahora su expresión se había puesto sombría. Nadie quiso decir algo al haber esa expresión porque el hombre les atemorizaba.

Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.

Hagrid suspiró.

Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata.  Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

Las mujeres volvieron a chillar. Era tan adorable imaginarse a Harry de bebé.

Buena suerte, Harry —murmuró.

—¡Cuánto la necesite! —usurró Harry en voz muy baja.

Nadie, para suerte de él, se percató de lo que había dicho.

Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.

—¿Lo dejo en un umbral? —preguntó Molly enojada y atónita.

Albus se limitó a mirarla, pero se negó a contestar. De hecho, siguió leyendo.

Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas.

Harry asintió, de acuerdo con esas palabras.

 Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,

—¡Aw! — volvieron a chillar  las mujeres.

Harry se volvió a ruborizar.

sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.

Harry entrecerró los ojos. Nadie se atrevió a decir nada, pero se sentían nerviosos por esas líneas.

 No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: « ¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».

Lo mismo hicieron las personas en el gran comedor, levantaban una copa, diciendo esas palabras.

Harry, en cambio, no se sentía bien. Por un lado, seguía enojado por esas celebraciones; por el otro,  muy pronto se enterarían de su vida familiar y temía por la reacción que podrían tener las personas, especialmente sus amigos padrino, Remus, Tonks y los Weasley cuando se leyese esa parte.

— Bien— anunció Albus—. El capítulo ha terminado. Debemos leer otro, Profesora McGonagall, ¿quisiera leer?
—Por supuesto, profesor  — le respondió Minerva, tomando el libro que le tendía Dumbledore.


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