martes, 23 de julio de 2013

Capítulo 3


Capítulo 3: El vidrio se desvaneció

La profesora McGonagall se preparaba para leer  un nuevo capítulo cuando un sobre rojo cayó a sus pies. Confundida, se agachó, lo tomó entre sus manos y lo abrió ante la atenta mirada del comedor.

Querido Hogwart— leyó aturdida.

El capítulo que viene será muy doloroso de leer y asimilar. Nadie creerá lo que se estará leyendo. Y basándonos en esa suposición, pensamos que en algún momento se sentirán tan impotentes que desearan por todos los medios hechizar a algo. Por ese motivo, es que están autorizados a lanzar maleficios. Ojo, es sólo por este capítulo, nada más.

Se despide FPW, FWG Y RFW.

Un silencio atónito y tenso se apoderó del comedor luego de que Minerva terminase de leer aquella carta, ¿qué significaba aquello?, ¿qué habrá querido decir con que no asimilarían lo que se leía?, ¿qué pasaba?

Harry, en tanto, tragó saliva comenzando a sentirse nervioso,  ¿qué dirían Sirius y Remus cuando se enterasen de la infancia que tuvo?, ¿qué pensarían Ron y Hermione cuando se leyese lo que les ocultó?, ¿cómo reaccionarían los demás? Le preocupaba lo que pensarán ellos, lo que menos quería era lástima o compasión hacía él. Pero también, recordaba la alacena, los castigos injustificados, los maltratos…Sacudió la cabeza, todo aquello lo hacía sentir mal y prefería que jamás nadie supiera lo que había vivido con los Dursley.

—Harry—dijo Hermione hablando lenta y pausadamente— ¿Qué significa eso?

Harry  no contestó, prefirió quedarse callado. Esto le significó una serie de miradas preocupadas, alteradas y perturbadas de parte de Sirius, Remus, Molly, Athur y Tonks.

—Harry, no somos idiotas— torció Ron, mirándolo fijamente—, ¿qué significa lo que dice la carta?

 Nuevamente, Harry se quedó callado.

Sus dos amigos se miraron inquisitivamente, sin atreverse a decir algo; mientras que el Gran Comedor se llenaba de murmullos, todos ellos relacionados con la vida familiar de Harry Potter, preguntándose si la razón para que se les autorizase a lanzar maleficios era precisamente por el título del capítulo. Suspiraron, sabiendo que a lo largo del capítulo se darían cuenta.

La profesora McGonagall llamó, entonces, al silencio y comenzó a leer.

 —El vidrio que se desvaneció

El comedor  miró interrogante al libro que sostenía la profesora entre sus manos, pensando en la posibilidad  que el título del capítulo se refiriera a la magia accidental de Harry Potter. Sin embargo, era una suposición que tendrían que esperar a que se confirmase mediante la lectura.

Harry sabía exactamente de lo que se trataba ese título y, aunque fue gracioso ver a su primo gritando por aquella serpiente, también comprendía que su verdad saldría a la luz en cualquier minuto, y era lo que menos quería en esos momentos. Luego, tragó saliva poniéndose completamente nervioso. No quería imaginar lo que pasaría en unos segundos más.

—¡Eh, ahijado! — exclamó Sirius con los ojos brillando intensamente—, ¿leeremos acerca de tu magia accidental?

Harry, nuevamente, se quedó callado. Remus al presentir que su sobrino no hablaría, decidió  responder por él.

—Tiene que ser así Sirius. O si no, ¿qué otra cosa podría ser? — comentó, negando con la cabeza.

Sirius lo miró intensamente antes de asentir. Su amigo tenía razón, no podría tratarse de otra cosa. Luego, suspiró y le prestó atención a Minerva McGonagall que comenzaba a leer el capítulo.

Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada,  pero Privet Drive no había cambiado en absoluto.

—Privet Drive siempre fue igual— comentó Harry—. Y nunca cambiará.

La gente lo miró con extrañeza antes de que la lectura continuase.

El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años.

Harry miró al libro intensamente, pero se ahorró sus comentarios. Nunca le gustaría aquella casa.

Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado.

Harry bufó. En esa casa las únicas fotos que había era la de ellos. Él siempre fue desplazado, humillado e ignorado. Realmente, odiaba esa vivienda.

Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño,

—Ahora es una ballena— rió Harry, entrelazando sus dedos nerviosamente.

La gente rompió a reír, sin fijarse en el nerviosismo en Harry. Segundos después, Minerva silencio las risas y volvió a leer.

 y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.

Las expresiones faciales de la gente reunida en el Gran Comedor se oscurecieron. A nadie le gustó hacia donde parecía apuntar aquella línea y si algo le pasó a Harry durante esos diez años, los muggles pagarían cualquier cosa que lo hubieran hecho.
Y las personas que actuaría en nombre de todos serían Sirius Black y Remus Lupin. No había duda de eso.

Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, 

El comedor suspiró aliviado. Después de todo, Harry se encontraba todavía allí.

aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.
¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

—¿Quién se cree que es esa muggle? — gruñó Sirius, golpeando la mesa.
—No tiene derecho a tratar así a Harry— siseó Remus, apretando los puños ligeramente.
—Además, esa no es manera de despertar a un niño— añadió la señora Weasley enojada.

Harry se alejó de los tres adultos, y no quería ni pensar en cómo tomarían lo de su alacena. Seguramente algo terrible sucedería, pensó antes de volver su mirada en dirección de la profesora McGonagall, quien le estaba lanzado una mirada feroz a Albus. Luego de hacer aquello, Minerva continúo leyendo.

 Harry se despertó con un sobresalto.

Ron y Hermione sisearon enojados.

Su tía llamó otra vez a la puerta.
¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón.

Harry gimió, pero siguió escuchando la lectura. Entre más rápido pasase lo que tuviese que pasar, mejor para él.

El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

—¿Recuerdas mi moto? —preguntó Sirius atónito.

El chico asintió, ganándose una sonrisa de parte de su padrino.

Su tía volvió a la puerta.
¿Ya estás levantado? —quiso saber.
Casi —respondió Harry
Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme.

—¿Sabes cocinar? — preguntó la mitad del alumnado, mirando a Harry perplejos.
—¿A esa edad? — interrogó la otra mitad, estupefactos.

Harry se encogió de hombros con indiferencia.

—Eso no es lo importante ahora—gruñó la señora Weasley.
—Lo que nos interesa es que hayan hecho cocinar a un niño de once años, el cual podría  haberse quemado con el fuego— siseó Remus, frotándose la sien.
—Esto claramente es una violación a los derechos del niño. Es abuso infantil —Sirius mantenía los puños tan apretados que parecía que golpearía a alguien en cualquier momento.

Y en cuanto Sirius Black mencionó aquello, la gente miró anonadada a Harry y se volvió en dirección de él, exigiéndole una respuesta.

—¿Qué te hicieron, Harry? — demandó Hermione, cruzada de brazos.
—Siga leyendo, profesora McGonagall— pidió Harry, omitiendo la pregunta de su amiga.
Ella lo miró indignada y confundida antes de que Minerva siguiese leyendo.

Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
Harry gimió.

Lo mismo hizo Harry. Odiaba tener que hacerle los cumpleaños a su primo, cuando a él jamás le celebraban los cumpleaños.

¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
Nada, nada...
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo?

Harry, una vez más, volvió a gemir.

Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.

—¡Arañas Harry!,  ¿Has mencionado arañas? —preguntó Ron aturdido, estremeciéndose levemente.

Hermione emitió una pequeña tos para disimular la risa que amenazaba por salir de su boca, porque sabía que Harry la miraría enojado y, por sobre todo, porque no quería tener una nueva discusión con Ron

Sin embargo, Fred, George, Ginny, Bill, Charlie, Sirius, Remus, Tonks y el señor Weasley reían con disimulo. La señora Weasley, por otro lado, le enviaba miradas duras a sus hijos y esposo.

Harry estaba acostumbrado a las arañas,

—¡En serio! — exclamó  Ron mirándolo atónito, mientras el resto reía de él.

Harry no le respondió, ya que  se preparaba mentalmente para lo que vendría que sería muy doloroso de leer.

porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.

Minerva dejó  caer el libro, evidentemente conmocionada; mientras el silencio se apoderaba del Gran Comedor. Nadie hablaba ni emitía comentario alguno.

¡No puede ser cierto! ¡No creo que el Sr Potter haya tenido que dormir en ese lugar! Sin embargo, esos muggles el capítulo anterior han demostrado que eran capaces de cualquier y perfectamente podrían… ¡No! ¡No! ¡No!... ¡Me niego a creerlo! Es una broma, una pésima broma,  leeré de nuevo para asegurarme que lo que leí es mentira  Pensó la profesora, tomando de nuevo entre sus manos el libro y volviendo a leer aquella parte.

porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.

El silencio en que estaba inmerso el comedor se convirtió, de pronto, en fuertes gritos de protesta, reprobación e ira en cuando se leyó de nuevo esa línea. Entonces, el caos comenzó.

—No mi ahijado—gritó Sirius, golpeando la mesa con sus puños y sintiéndose impotente. Era el peor padrino del mundo, ¿por qué le tenía que suceder aquello? ¿Por qué él no estuvo ahí?, ¿por qué justamente a Harry? Pronto sintió una lágrima traicionera deslizarse por su mejilla, rápidamente se las secó y miró a su amigo.

— ¡Malditos muggles! — exclamó Remus enojado.

Sirius le encontró toda la razón. Esos muggles eran la peor escoria que podía pisar la tierra. Él jamás le perdonaría lo que le hicieron pasar a su ahijado. Era una promesa.

— ¿Por qué no nos dijiste? — gritaron, en ese momento, Ron y Hermione de brazos cruzados, totalmente enrabiados por lo que el libro les había revelado.

Harry optó por quedarse callado. No quería lastima ni compasión. Tampoco deseaba ver a las caras a Sirius, Remus, Ron o Hermione. Ellos de seguro estarían enojados. Sin embargo, no pudo evitar mirar a la señora Weasley, pero fue un error.

—Abuso infantil— siseó Molly,  mientras su esposo trataba de calmarla.

Harry cerró los ojos con fuerza al tiempo que  Fred, George, Charlie, Billy y Tonks lo miraban boquiabiertos, intentando asimilar lo que se había leído; pero sin hacerlo.

Ginny era la única, de su familia, que parecía fuera de sí. Ella se encontraba paraba, caminando de lado a lado, murmurando cosas ininteligibles para los que estaban a un metro de ella, sin embargo, entendibles para quienes estaban más cerca.

Sirius  fue uno de los tanto que escuchó a Ginny murmurar. Y lo que entendió decía relación con gastarle una buena broma a los Dursley. Acto seguido, se dejó caer en la silla, tomó un pergamino  y una pluma de la mochila de Harry y comenzó a escribir.

—Lunático— gruñó Sirius enrabiado luego de unos segundos—. No me estas ayudando.

Remus captó el mensaje enseguida y se dispuso a darle algunas ideas a su amigo. Ninguno de los dos, no obstante, se fijó en la mirada de asombro que tenían Fred y George en sus rostros.

Ellos se miraron mutuamente, atónitos durante unos cuantos segundos antes de asentir y unirse a los dos merodeadores.


La mesa de Gryffindor, en tanto, miraba a Harry con una mezcla de tristeza y furia. Nunca se imaginaron que él viviese ese maltrato de parte de sus parientes. Era inaudito que el niño que vivió sufriera ese tipo de abusos. Ellos querían venganza.

Harry seguía callado y mantenía la cabeza agachada, porque para donde mirase todos tenían en su poder la varita, todos dispuestos a maldecir a quien  fuese. Sin embargo, se atrevió a mirar a la mesa de profesores y se sorprendió al ver a la profesora McGonagall regañando al director.

—Dígame en este instante, Albus, por qué  tuvo que dejar al Sr Potter en esa casa — exigió Minerva fuera de sí.
 —No puedo decirte los motivos, Minerva; pero te aseguro que es lo mejor para él— respondió Dumbledore con los ojos oscuros.
 —Pero Albus— torció, para sorpresa de los profesores, Fudge—, ningún niño merece ser tratado así. Lo que hicieron, y seguramente están haciendo, es abuso infantil y, por tanto, debemos intervenir para…
 —Lo sé, Cornelius—le interrumpió el director fríamente—. Créeme que lo sé.

Nadie se atrevió a emitir palabra alguna.

Dolores, en cambio, tenía una mirada extraña en su rostro que no se podía  descifrar a simple vista; pero a nadie le interesaba.

Snape, quien al igual que Umbridge, tenía esa extraña mirada en el rostro, no podía creer lo que se había leído Mi padre nunca llegó  a tanto. Él me tenía una propia habitación. Es imposible que Potter haya dormido en una alacena. Debe ser una alucinación, ya que hijo de James Potter debe y debió ser mimado en la infancia. Sí, eso es, aunque…Alacena… Sin querer, apretó los puños. No podía sentir lástima del hijo de su peor enemigo. Suspiró, mirando en dirección de Harry Potter, pero la mesa de Gryffindor estaba repleta de gente. Lo más llamativo es que había alumnos de Hufflepuff y Ravenclaw en ella, ¿qué estarían tramando? Debe ser algo grande y que no es de tu incumbencia Pensó, antes de rodar los ojos.

Y lo que estaba tramando Gryffindor, específicamente Sirius, Remus, Fred y George, eran los detalles de una broma que habían preparado para los Dursley cuando los tuviesen en frente. Ellos los harían sufrir por hacer dormir en una alacena a Harry Potter.

Harry, en tanto, intentaba ver aquel pergamino, pero no tenía la visual para hacerlo. La mesa estaba alborotada de gente. Se frotó la sien y miró a la única mesa donde nadie se había unido a la elaboración de la broma: Slytherin.  Se sorprendió, ya que pensó que Malfoy y sus compañeros se estarían riendo. Muy por el contrario, tenían las mandíbulas desencajadas de la impresión.

 Draco Malfoy no podía creer lo que se leyó instantes atrás ¡San Potter durmiendo en una alacena!, ¡En una alacena!, ¡En eso!, ¡Es imposible!, ¿Dónde quedo el niño mimado? Se preguntó, mirando a sus compañeros, quienes tenían expresiones similares a la de él.

Entonces, de la nada, apareció un globo con la imagen de los Dursley. El comedor se paralizó unos cuantos segundos,  pero al siguiente momento, todos, incluyendo a los profesores, esbozaron sonrisas maliciosas. Acto seguido, se pararon y formaron una fila delante del globo. Uno por uno fueron lanzando maleficios.

Cuando cada uno paso -cosa que tomo un par de horas -se volvieron sentar ya más calmados. Luna, cuando retornaron a sus puestos, ella se dirigió hasta la mesa de Gryffindor.

—Se nota que extrañas a tus padres y que sufres en silencio las humillaciones de esos muggles, ¿no es así?

Harry se limitó a asentir, a lo que ella sonrió y sin que nadie le dijese nada se sentó en la mesa de Gryffindor, al lado de Ginny.

Luego que la gente se hubo sentando, la profesora McGonagall continúo leyendo.

Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras.

Los gruñidos no se hicieron esperar, la indignación era palpable en los rostros de todos. Muchos agarraron sus varitas, dispuestos a maldecir a aquel globo.

—¡Maldito niño mimado! —exclamaron, los señores Weasley, Remus y Tonks enfadados.

Sirius no quería hablar ni pensar, lo único que sabía es que esos muggles iban a pagar por hacer dormir a su ahijado en una alacena. Ya había anotado algunas cosas en ese papel, pero aun faltaba mucho, pensó, sintiendo hervir sus venas de rabia.

—¡Ese muggle no es más que un cerdo! —expreso Ron disgustado, acaparando la atención del comedor. Pero a él no le importó. No se podía acostumbrar a la idea de que su mejor amigo haya tenido que dormir en una alacena, mientras su primo obtenía todo lo que quería.

—¡Ron! — le regañó Hermione —. No hables así.

Ron la ignoró, porque  estaba dolido con todo lo que se había leído. Hermione no lo podía culpar, ella todavía no asimilaba el maltrato que sufrió – y quizá seguía sufriendo – en la casa de los Dursley.

Ninguna persona quiso hablar ni decir nada por el regaño de Hermione a Ron, pero si vieron a  ambos tomarse de la mano discretamente para darse apoyo mutuo. Mientras tanto, Harry sentía demasiada vergüenza de lo que detallaba el libro. Él rogaba que esta parte se terminase de leer pronto.

Para sorpresa de todos, en ese momento en donde todos se encontraban gruñendo y premeditado, vieron  a Draco Malfoy lanzar un maleficio al globo y, acto seguido, maldecir entre dientes.

Harry lo miró desconcertado, al igual que los demás. Sin embargo, Minerva interrumpió esas miradas con la lectura.

La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto.

Harry rodó los ojos.

El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry,

Gruñidos y silbidos provenientes de todos los rincones, se escuchó en el comedor. A nadie le estaba gustando el trato de los Dursley a Harry, especialmente a su padrino.

—Que ese cerdo asqueroso ni se atreva a tocar a mi ahijado— gruñó Sirius, entrecerrando los ojos Todo esto es mi culpa. Si tan solo no hubiese sugerido cambiar al guardián secreto. Si tan solo esa rata no me hubiese culpado a mí, Harry no hubiese tenido que vivir así. Se lamentó.

 Muchos asintieron con la cabeza, ya que estaban de acuerdo con las palabras del prófugo, pese a que seguían teniéndole terror.

pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.

—Excelente— se frotó las manos Fred, mirando extasiado al  libro.

Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había
sido siempre flaco y muy bajo para su edad.

—Eres exactamente igual que James Potter a esa edad. Tan flacucho como bajo —se reía Sirius y Remus

Varios rieron por lo bajo, pero otros reían a carcajadas.  Harry se mantenía solemne, sin mirar a nadie en particular.

Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.

La risa cesó al instante, dando paso a los gruñidos.

Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante.

—Potter de la raíz del cuero cabelludo hasta la punta de los pies—dijo Sirius, suspirando brevemente—, a excepción de los ojos. Tienes los…

—Ojos de mi madre— concluyó Harry, agachando la cabeza.

Nadie se atrevió a decir nada porque la expresión melancólica  en el rostro de Harry los dejó tristes.  

Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.

Hermione se llevó las manos sobre su boca ¿Cómo no me di cuenta antes? Todos los signos estaban allí, ¿cómo fui tan estúpida?

La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago.

Ron y Hermione se miraron mutuamente con horror.

—Harry, tú no…—tartamuedó Ron perplejo—, ¿a ti te gustaba tu cicatriz?

Harry se encogió de hombros.

—Pero si la odias — añadió Hermione, mirándolo sorprendido.

Harry se volvió a encoger de hombros. No quería decir enfrente de todos la razón por la que le gustaba su cicatriz, eso quedaba para él. Además, intuía que sus amigos lo sabían perfectamente. En efecto,  Ron y Hermione se miraron intensamente antes de volver a posar sus miradas en su amigo, sabiendo el motivo  Fue únicamente porque eso lo identificaba como mago y tenía relación directa con sus padres.

Los demás se veían completamente confundidos, pero optaron por no decir absolutamente nada. Minerva, viendo que nadie emitiría otro comentario, siguió leyendo.

La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.
En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.

Silencio. Sorpresa. Incredulidad. Perplejidad. Ceños fruncidos. Brazos cruzados. Enojo. Rabia. Eran las cosas que se podían ver a primera vista en las personas reunidas en el comedor,  ¿cómo podía ser posible que los Dursley le hayan dicho a Harry Potter que sus padres habían muerto a causa de un accidente de coches?, ¿qué tenían en la cabeza cuando decidieron decirle eso a él? Pensaron antes de que las protestas empezaran a escucharse en cada rincón del Gran Comedor.

— ¡Un accidente de coche! ­— gritaron los señores Weasley, Charlie, Billy, Tonks y los gemelos, aferrando su  varita fuertemente.
—Ni James ni Lily murieron por un estúpido accidente de coche. Ellos murieron asesinados por Voldemort— rugieron Sirius y Remus enfadados. Varios se estremecieron por aquel nombre.
 — ¿Qué se han creído esos Dursley? — profirieron Ron y Hermione molestos.

Harry, sintiendo rabia por escuchar una vez más aquella mentira, miró a su alrededor. A lo largo del comedor, los insultos, silbidos se escuchaban fuertes y claros, pero algo le llamó la atención: Vio a la profesora McGonagall sacar su varita y lanzar un maleficio al globo. Todos la miraron sorprendidos.

—Lily y James no murieron por ningún accidente, ¿cómo se les ocurre decir eso?, ¡estúpidos muggles! —siseó  fuertemente y enojada.

De la sorpresa, la expresión de las personas pasó  a la incredulidad. Nadie nunca había visto así a Minerva McGonagall. Era sumamente raro verla así.

Albus miró a la profesora con tristeza ¿Y sí le hubiese hecho caso?...No, estaba bien lo que he hecho, acuérdate de la profecía, esa es la única manera. Harry tiene que seguir viviendo allí, aunque sea infeliz. Es por la seguridad de él.

Snape una vez más puso una expresión neutra en su rostro, sin embargo,  miles de pensamientos le rondaban en la mente. El más destacado fue: Potter, ¿Por qué vienes a desordenarme todo lo que pienso de ti?

La profesora, quien aún se encontraba furiosa, se aclaró la garganta y siguió leyendo.

«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.

Gruñidos era lo único que se escuchó  a lo largo del comedor luego que se leyese esa línea. A nadie le gustaba cómo estaban tratando los Dursley  un tema tan delicado como la muerte de James y Lily Potter. Era, literalmente, un insulto para ellos.

Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
¡Péinate! —bramó como saludo matinal.

—¡Idiota! — rodó los ojos Sirius—. No funcionará jamás.

Harry disimulo la risa que le produjo la expresión fácil de su padrino con una tos. No quería reírse cuando el comedor se encontraba tan enojado o sino pensarían que se estaba trastornando o algo así.

Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que
Harry necesitaba un corte de pelo.

Sirius y Remus gruñeron.

A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.

—Como todo un Potter— comentaron Sirius y Remus, sonriendo ligeramente Se parece tanto a James y si  no tuviese los ojos verdes cualquiera pensaría que es él. Pensaron con nostalgia.

Ron y Hermione miraron a su amigo y rieron por lo bajo. Ese pelo era especial e indomable.

Harry solo rodaba los ojos exasperado.

Harry estaba friendo los huevos

Molly siseó y entrecerró los ojos.

cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda.

La gente se rió de la excelente descripción del muggle

Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito.

—Lo que tú digas —emitió el comedor sarcásticamente.

Harry rió por lo bajo.

Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.

Los alumnos se rieron sin control cuando se pronunció esa frase, incluso los profesores, adultos y aurores se sorprendieron a sí mismos esbozando sonrisas o disimulando una risa con una tos.

—Harry, eso fue impresionante— dijeron, a través de su risa, Fred, George, Bill y Charlie.

Harry sólo sonrió, mientras que Sirius, Remus y Tonks reían con lágrimas en los ojos.

—No sabíamos que tenías tan buen sentido del humor, amigo— comentaron Ron y Hermione, riendo.

Harry volvió a sonreír. Le gustaban este tipo de pasajes, ya que aminoraban el enojo y enfado del comedor y de él mismo. Luego, le hizo un gesto a la profesora McGonagall para que siguiese leyendo. Ella siguió después que la risa hubo terminado.

Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.
Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.

— ¡¿Se está quejando luego de recibir todos esos regalos?! — preguntó aturdido Malfoy, negando con la cabeza.
—Siempre fue así, Malfoy. Dudley es un chico demasiado mimado y caprichoso. Muy parecido a alguien que conozco— le contestó Harry, mirándolo fijamente.

Draco se hizo el desatendido, pero igualmente frunció el ceño. Ese Dudley se parecía en algunas cosas a él y una de ellas era el número de regalos que recibe. Sin embargo, él no recibía tal cantidad de presentes para su cumpleaños, eran mucho menos.

Querido, no has contado el regalo de tía Marge.

Harry sonrió de oreja a oreja, recordando a la tía Marge inflarse como un globo. Había sido épico y único y esperaba ansioso leer aquella parte, pero para eso falta mucho.


Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.

La gente rodó los ojos.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.

Molly, Tonks, Minerva, Ginny y Hermione entrecerraron los ojos.

Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?

—¡pichonito! —exclamaron Fred y George, riendo sofocadamente.
—¿Están dementes? — interrogaron Sirius y Remus, sonriendo.
—Muggles idiotas— añadieron Dean, Seamus, Lee y Neville, negando con la cabeza.
 —No sabía que tus parientas pudiesen ser tan entretenidos— declaró Ron, carcajeando. Hermione rodaba los ojos, pero divertida.

Harry se encogió de hombros, sin emitir comentario alguno antes de que Minerv siguiese leyendo.

Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.
Entonces tendré treinta y.. treinta y..

—El muggle no sabe contar, ¡qué idiota! — rodó los ojos Remus.

Harry rió disimuladamente.

Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.

Y el comedor se rió de la estupidez de Dudley y Vernon.

El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo,
Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

Harry rodó los ojos exasperado.

En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo.

La casa de Gryffindor gruñó.

Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.
Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg

Albus y Harry esbozaron una sonrisa.

 se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.

—¡Tiene un nombre, tarados! — gritó Sirius, sobándose la sien.

Todos estuvieron de acuerdo con él, aunque seguían atemorizados por su presencia.

 La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto.

Harry volvió a sonreír.

 Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine.

Sirius y Remus entrecerraron los ojos una vez más. No sabían el motivo, pero algo les decía que a Harry no le celebraban los cumpleaños. Gruñeron por ese pensamiento.

Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

—Harry— lo llamó Sirius calmadamente.
 —Sí, Sirius —le prestó atención Harry, entrelazando sus dedos nerviosamente.
 —¿Jamás te llevaron a pasear o te celebraron algún cumpleaños? — le preguntó, con una mirada oscura.

Harry lo miró durante unos segundos; mientras que los alumnos, profesores y adultos volvían su atención a la escena, curiosos.

—¿Quieres la verdad, padrino? Toda la verdad— dijo Harry, suspirando lenta y pausadamente. Sirius asintió—Siempre me trataron como una paria, como un ser inmundo que no merecía vivir. Jamás se preocuparon por mí. Jamás tuvieron una muestra de cariño conmigo. Jamás me trataron como un sobrino, era una persona invisible para ellos. Una vil molestia. Alguien que arruinaba sus vidas. Y por eso, jamás me llevaron de paseo o me celebraron algún cumpleaños, ¿estás contento ahora? — le gritó al terminar.

Pero Harry no quiso gritarle a su padrino de esa forma. Fue sólo porque los recuerdos dolorosos le vinieron encima en cuanto él había emitido esa maldita pregunta  y se arrepintió de sus palabras segundos después de decirlas. Miró, entonces, apenado.

Sirius no emitió comentario alguno. Se limitó a tomar el pergamino y comenzó a escribir, murmurando cosas ininteligibles y maldiciendo entre dientes.  Remus acompañaba a su amigo en las maldiciones.

Los demás se encontraban demasiados aturdidos para hablar, pero sí se sentían enfadados. Nunca se hubiesen imaginado algo como lo que se leía y que cambiaba el concepto que tenían del famoso Harry Potter.

Una vez que Sirius y Remus hubieron  dejado de anotar cosas en el papel, la lectura continúo.

¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo.

— ¡Mujer idiota! — gritó la señora Weasley, lanzándole un hechizo al globo.

Nadie se movió ni enunció nada, por lo que luego de aquello, la lectura siguió.


 Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.

—¿Quiénes? —preguntó el comedor confuso.
 —los gatos de la señora Figg— respondió Harry, restándole importancia.
—¡Ah! — profirió la gente.

Harry rodó los ojos antes de que la profesora McGonagall continuase leyendo.

Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.

—¡Marge! — exclamaron Ron y Hermione, mirándose mutuamente—. Es ella. Realmente ella.
—Sí, la que voló— respondió  Harry, riendo por lo bajo.
—Quiero que llegué ya esa parte para ver cómo sucedió. Será único y épico— carcajeó Ron.

Los demás miraron a los tres amigos confundidos,  ¿Qué habían querido decir con eso?, ¿quién era Marge?
Y a juzgar por las expresiones de Harry, Ron y Hermione, ellos no les responderían las preguntas hasta que llegase el momento. Suspiraron molestos e irritados antes de que la lectura siguiese.

No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.

—Y yo no los aguanto a ustedes— siseó Sirius.
—Son la gente más horrible que pudiese existir en el mundo— añadió Remus, gruñendo.

Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.

Furia. Odio. Gruñidos. Silbidos. Molestia. Era todo lo que se escuchaba y veía en el Gran Comedor.

Sin embargo, un hechizó proveniente de la mesa de Gryffindor, impactó al globo. Todos miraron a dicha mesa para saber quién había sido: Neville tenía el ceño fruncido y guardaba su varita en la túnica.

Nadie hizo ningún comentario. La profesora McGonagall decidió, entonces, volver a leer.  

¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry.

Varios le miraron asombrados, pero no dijeron nada. Harry se encogió de hombros en respuesta.

Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley 

Seamus y Dean le sonrieron ampliamente. Era una muy buena oportunidad para hacer cosas que normalmente no hacía.

Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.

Todos rieron por lo bajo, imaginando a Petunia atragantándose con un limón. La imagen era divertida.

¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.

Hagrid y Minerva gruñeron, molestos por aquel comentario.

No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...

—Harry no es un animal— gruñeron Ginny y Cho al mismo tiempo. Ambas se vieron con sorpresa por haber dicho lo mismo, aunque se les podía notar una expresión de enojo en sus rostros.
—No se merece ser tratado así—sisearon Molly, Arthur, Tonks, Charlie y Bill.
 —Y más les vale llevar a mi ahijado al zoológico y que paseé en él— silbó  Sirius enfadado Por mi culpa, por mi gran estupidez Harry no tuvo una buena infancia.
—Despreocúpense—dijo Harry—, que me llevaron al zoológico y conocí a muchos animales.

La gente lo miró incrédula antes de que él le hiciese un gesto a la profesora McGonagall para que continuase leyendo.

El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.

—Es un terrible niño mimado— declaró Tonks horrorizada.

Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial
exclamó, abrazándolo.

—Te lo arruine de todas formas— sonrió Harry, acomodándose en la silla.

Todos lo miraron boquiabiertos antes de que la lectura continuase.

¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.

Gruñidos. Quejidos. Silbidos. Fue lo que se escuchó fuerte y claro en todo el comedor.

Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento
más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata.

Sirius, Remus, Tonks, Hermione, Ron y Harry miraron con sus ojos sombríos al libro, pensando en una rata traidora en particular.

Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.

—Menos mal se calló— rodó los ojos Molly Weasley.

Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida.

Muchos gruñeron, otros silbaron enojados y los restantes le lanzaron maleficios al globo.

Harry, en tanto, miró a la mesa de profesores, preguntándose qué expresión tenían ellos al leerse aquellas líneas. Se sorprendió por tres cosas: Primera, a los docentes  al borde de las lágrimas; segunda, a Albus mirándolo fijamente apenado; y tercero, y lo que más le llamó la atención, fue al profesor Snape que se encontraba con la varita bien sujeta a su mano y con una mirada que jamás le había visto. Era como si se hubiese sorprendido y  se hubiese enojado a la vez por enterarse de aquello.
Harry tuvo la extraña sensación que algo le sucedía al profesor de pociones, pero no sabía qué era. Se encogió, entonces, de hombros y siguió escuchando la lectura.

A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.

Sirius entrecerró los ojos.

Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.

—¡Qué ni se te ocurra castigar a mi ahijado! — Sirius golpeó la mesa enfadado.

Harry, algo nervioso, se preguntó cómo tomaría el castigo por haber soltado a esa serpiente. Tragó saliva, no sería nada bueno.

No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.

Los gruñidos y las miradas sombrías se apoderaron del comedor ¿Cómo era posible que ellos no le creyesen a un niño? Era insólito.

El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.

—¡Magia accidental! —aplaudió Sirius a viva voz,  mientras el resto del comedor se mantenía expectante.

En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape,

Los gruñidos no se hicieron esperar.

exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz».

Remus entrecerró los ojos.

Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry,

Una vez más, los gruñidos se apoderaron del comedor.

 que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas.

Sirius y Remus gruñeron.


Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara.

—La maldición del cabello Potter — torcieron Sirius y Remus, mientras Harry los miraba curioso, misma expresión que tenían los demás en su rostro—. Más tarde— le prometió Sirius, sonriendo. Harry asintió y volvió a prestarle atención a la lectura.

Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.

— ¡Estúpido Muggle!  exclamó una vez más el comedor, enojado por cómo trataban a Harry.

Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca,

Algunos rieron al imaginarse la escena. Otros seguían enfadados.

pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.

—Menos mal —exclamó la casa de Gryffindor.

Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea.

—¡ Se apareció! — exclamó el comedor asombrado.

 Todos miraban a Harry aturdidos,  mientras el muchacho se encogía más y más de vergüenza. No recordaba ese episodio, tampoco  lo que había hecho, ni mucho menos como había llegado al techo.

En la mesa de profesores, sin embargo, todos tenían algo que decir.

—Eso es una magia accidental muy poderosa —dijo el profesor Flitwick, poniéndose una mano en la barbilla.

Algunos asintieron con la cabeza, de acuerdo con él; el resto se veía atónito, especialmente Dolores Umbridge y Cornelius Fudge, ya que todo lo que escucharon hasta ahora no concordaba con lo que tenían en mente sobre el chico. No podían encontrar palabras para expresar lo que sentían por lo que habían descubierto por el libro.

—Albus, ¿puede ser que posible que el señor Potter haya aparecido? — le preguntó Minerva, curiosa.
 —No sé—le respondió, suspirando.

La profesora le envió una mirada penetrante, pero sin decir palabra alguna.

La verdad es que el director tenía dos conjeturas: La primera era que se podría deber a los poderes que le trasfirió Voldermort aquella noche. La segunda, podría ser que Harry realmente fuese un mago poderoso. Sin embargo sea como haya sido, sin dudas la magia de Harry Potter  era impresionante.


Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio.

La gente, al imaginarse a Harry trepando por los techos, se echó a reír. Debió haber sido chistoso a los ojos de los muggles.

Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena)

Sirius y Remus gruñeron y entrecerraron los ojos una vez más. Aún se sentían culpables por todo lo que había pasado Harry en su infancia.

fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.

Muy interesante deducción Pensó el director, frunciendo el ceño.

Los demás se encontraban absolutamente anonadados como para decir algo. Realmente fue y es impresionante lo que hizo Harry, apareciendo o volando, al techo.

Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.

Harry frunció el ceño. No sería nada agradable lo que vendría en unos cuantos minutos más.

Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos.

Nuevamente, y como había sido la tónica durante este capítulo, los gruñidos no se dejaron esperar. Todavía el trato que habían tenido aquellos muggles con Harry los dejaba perplejos.

Aquella mañana le tocó a los motoristas.
... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.

—Mal movimiento, Harry— se quejó Neville,  quien junto con los demás alumnos, meneaban la cabeza de lado a lado.

Harry se encogió de hombros.

Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
¡LAS MOTOS NO VUELAN! 

 —Pero la mía sí, tonto— dijo Sirius con aire de suficiencia.

Harry negó con la cabeza, divertido.

Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.

—Remolacha con bigotes— rieron Fred, George, Sirius y Remus, chocando las manos—. Una buena imagen mental.

La gente rompió a reír escandalosamente. Y costó unos minutos que se calmasen para que Mineva McGonagall, furiosa, volviese a leer.

Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.

—Un sueño que fue verdad—sonrió Sirius.

Harry imitó el gesto, mientras que los alumnos miraban al prófugo de Azkaban con los ojos abiertos de la impresión.

Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.

—El día en que tenga a Vernon Dursley enfrente de mí,  les juró que quedará inconsciente por un buen rato— prometió Sirius, anotando en el pergamino.
—Y yo ayudaré a que  eso se concrete— añadió Remus, tomando una pluma y escribiendo en otro papel. Muchos le dieron la razón a los merodeadores. Los Dursley merecían eso y más.

Harry aunque se sentía feliz de tener a su padrino y Remus apoyándolo en todo, aún pudo sentir un poco de pena por sus tíos muggles. Pasarían un mal rato cuando Sirius estuviese frente a frente a ellos. Suspiró lentamente antes de volver a prestar atención al libro.

Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.

Sirius anotó algo en el pergamino, maldiciendo entre dientes. Y mientras él anotaba, Snape fruncía cada vez más el ceño, perplejo ante lo que el libro narraba. No dejaba de notar ciertas similitudes entre la infancia de Potter con la de él mismo. Suspiró derrotado antes de que la voz de Minerva lo sacase de sus pensamientos.

Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.

Las risas dominaron el Gran Comedor una vez más.

—Amigo, sigo preguntándome de donde sacaste ese humor—-dijo Ron, a través de su risa.
 —Es porque Harry  es  hijo de un merodeador— sonrió Sirius, mirando con orgullo a su ahijado.

Harry se encogió de hombros avergonzado. Mientras tanto, Fred y George se miraban mutuamente, anonadados, preguntándose si realmente Sirius, Remus y Harry conocían a los merodeadores. Pero de momento, esa respuesta quedaría pospuesta para otra ocasión.


Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo. Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.

—Malditos y engreídos niños mimados— gritó Molly Weasley enojada.

Los hijos de la señora Weasley se miraron sorprendidos. Nunca habían oído a su mamá diciendo tantas maldiciones juntas, era algo nuevo para ellos.

Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.

 —Aquí vamos— se quejaron Ron, Hermione, Sirius y Remus. Ellos conocían a la perfección la mala suerte que solían correr los Potter. Suspiraron resignados.

Después de comer fueron a ver los reptiles.

Harry tragó saliva algo nervioso. No quería ni imaginarse lo que pasaría en el comedor cuando se leyese que habló con esa serpiente como si fuese lo más normal del mundo. Se frotó la sien, sintiéndose cada vez más perturbado

Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes

La casa de Syltherin aplaudió ante el animal característico de ellos. Los demás se limitaron a rodar los ojos.

y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos.

Cho, Marietta, Parvati y Lavender hicieron una mueca de desagrado. Odiaban  cómo se deslizaban esos reptiles.

Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande.

Harry rodó los ojos. Esa serpiente ni se le parecía al basilisco, a la reina de las serpientes.

Podían haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida.

Harry comenzó a jugar con sus dedos, evidentemente nervioso.

Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.
Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.

—Y no lo hará— rió Draco Malfoy maliciosamente.

Varios de sus compañeros sonrieron en acuerdo de él.

Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.

Sigue intentando todo lo que quieras, muggle. La serpiente no se moverá— dijo Pansy, carcajeando.

Muchos se unieron a su risa.

Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.

Harry entrelazó sus dedos.

Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día.

Varios rieron por lo bajo.

Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia , llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.

 El comedor miró a Harry con horror, ¿quién se compara con una serpiente? Nadie, absolutamente nadie.

De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry. Guiñó un ojo.

—¿Qué mierda? — exclamó Sirius, mirando aturdido a su ahijado.
 —Ya verás — respondió Harry, haciéndole un gesto a la profesora McGonagall para que siguiese leyendo e ignorando las miradas incrédulas que estaba recibiendo.

Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.

A muchos se le cayeron las mandíbulas, a otros se le desorbitaron los ojos y muy pocos fueron los que se pusieron una mano en la barbilla, recordando el triste episodio del club de duelo en el segundo año de Harry.

La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
Me pasa esto constantemente.
Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.

—Harry, ¿hablas pársel, la lengua de las serpientes?— preguntó Sirius atónito.
 —Sí— le contestó Harry, esperando a que en cualquier minuto su padrino hiciera alguna escena—. Pero en ese momento no sabía que tenía esa facultad.
—¡Un Potter hablando pársel! — Sirius ignoró la última parte que dijo Harry—. Albus, ¿qué significa esto? — demandó.
—Más temprano que tarde lo sabrás, Sirius. Ten paciencia— dijo Albus, mirando intensamente a Harry.
—En mi segundo año, Sirius— específico Harry, mientras que varios agachaban la cabeza—. Allí se contestarán todas tus preguntas.

Sirius asintió, pero no dijo nada más. No obstante, se prometió que debía tener una seria conversación con Harry. No podía ignorar lo que el libro le decía. Él tenía que comportarse como el tutor de su ahijado.

La serpiente asintió vigorosamente.
A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry

El comedor se veía tenso. Aun les costaba asimilar que Harry hablase así como así con una serpiente, especialmente los Slytherin, quienes no comprendían a su animal como el niño que vivió lo hacía.

La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio.
Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».

Miradas incrédulas le seguían llegando a Harry. Era inaudito todo lo que el libro estaba narrando.

Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.

Harry gruñó. Ese grito había sido el que provocó su castigo.

¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO
VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!

Una vez más, el comedor gruñó. Harry no se salvaría de está.

Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento.

—No toques a mi ahijado, ballena— gritó Sirius, comenzando a enrabiarse una vez más. Él estaba seguro que los Dursley castigarían a Harry por lo que acontecía en el libro. Gruñó sin proponérselo.

Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido.

—¡Por las barbas de Merlín! — exclamó medio comedor, atónito.
—Esa ha sido magia poderosísima—añadió el resto del comedor, mirando asombrado a Harry.

Harry se encogió de hombros una vez más, mientras que los adultos se miraban perplejos, ¿cuál era el alcance de magia de Harry Potter? Esa era una pregunta, pensaron, que a medida que avanzará la lectura la sabrían.

La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas. 

Aunque la escena era terrorífica, la gente rió con ganas. Dudley y su familia habían tenido su merecido.

Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
Brasil, allá voy... Gracias, amigo.

—¡Escalofriante! — exclamó Ron temeroso. Nadie le rebatió, porque era cierto.

El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?

La gente, aunque seguía aterrorizada por la plática serpiente-Harry, rió con ganas.

El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía
Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez.

Sirius sonrió maliciosamente.

Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo.

Risa sofocada era lo único que se escuchaba en el comedor.

 —Se lo merecían— dijo Hannah, riendo.

Harry la miró agradecido.


Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:
Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?

—¡muggle del demonio! —exclamo Sirius cólerico  mientras, nuevamente, escribía en el pergamino.

Muchos que estaban a su alrededor, asintieron en acuerdo con él. Ya habían perdido la cuenta de cuantas veces habían estado de acuerdo con el prófugo Sirius Black.

Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con
Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.

Sirius y Remus volvieron a gruñir. Vernon Dursley tendría un día muy malo cuando lo tuviesen de frente.

Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en
una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.

 La gente ahogo un grito, ¿cómo podían hacerle eso a un niño?
—Mejor que no hagan lo que estoy pensando  que harán—dijo Sirius con los ojos atormentados y sombríos.
—Porque si hacen lo que pienso, se las tendrá que ver con nosotros— añadió Remus, gruñendo.

Harry se alejó un poco de los dos hombres. No quería ni saber lo que sucedería cuando leyera el castigo. De seguro que se armaría un escándalo.

—Es horrible— sollozó Hermione, mientras Ron la reconfortaba. Ambos estaban dolidos con lo que se leía y cosa que jamás Harry les había contado.

Ginny  miraba a Harry apenada. Sentía muchas ganas de reconfortarlo, de hacerle ver que ella estaba allí con él, que no importaba lo que le haya pasado Pero estás con Michael, no con él. Además él te ve como una hermana. Pensó abatida antes que la voz de la profesora McGonagall la sacase de sus pensamientos.

Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un
reloj.

Sirius entrecerró los ojos una vez más.

 No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer.

Sirius y Remus tenían una mirada asesina en los ojos al igual que Snape, aunque la de este último paso desapercibida por el resto.

Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados,

Albus miró con aire de culpabilidad al libro, pero Harry debía y tenía que seguir viviendo con los Dursley si quería seguir con vida.

hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche. No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron.

Algunos gruñeron, otros miraron indignados y los restantes entrecerraron los ojos.

Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.

El comedor se quedó sin aliento.

—¡No puede ser!

 Harry escuchó murmurar eso a su alrededor. Todos los pensamientos parecían irse a un solo lugar: La maldición asesina y al recuerdo del niño que vivió. Pero nadie tenía el valor de decir algo. Se encontraban aturdidos.

Ron y Hermione, en tanto, le veían como nunca lo habían visto, pensando en tener una seria conversación con su amigo. Lo mismo sucedía con Sirius y Remus.

 Harry se frotó la sien, no quería nada con nadie de momento, ya que el capítulo lo tenía hasta más arriba de la coronilla. Rogaba que terminase pronto y para su suerte, la profesora volvió a leer.

Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde.

De Voldemort Pensaron Albus, Sirius, Remus y Harry.

Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.

—Te prometo que te hablaré más de tus padres y te mostraré muchas fotos que tengo con ellos— prometió Sirius. Remus asintió con la cabeza. Y Harry les sonrió de vuelta.

Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió:

Mi culpa, es mi culpa, Mi odiosa culpa. Yo y mi gran estupidez. Debí decírselo a Remus, debí confiar en él, ¡Por qué Merlín no se lo dije! Harry hubiese vivido feliz conmigo y con Remus, rodeado de personas que le quieren. Se lamentó Sirius.

Yo debía haber desobedecido a Dumbledore. Debí ir a la casa de los Dursley y habérmelo llevado, ¿porqué fui tan imbécil?  Gimió Remus, poniéndose una mano en la cabeza antes d eque Minerva volviese a leer.

los Dursley eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran.

—Probablemente magos—comentó Arthur Weasley quien se veía totalmente fuera de sí. Jamás se imaginó potarse con semejantes muggles y se estaba recriminando por no haber dejado más tiempo a ese niño con  la golosina que habían inventado los gemelos. Se lo merecía.

Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley.

Harry sonrió, ya que tal y como había dicho el señor Weasley segundos atrás, esos eran magos.

Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús.

Sirius pareció animarse al enterarse de esos saludos a su ahijado.

Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.

Aparición, pensó Remus ya más tranquilo.

En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.

 Una vez más la gente miró con tristeza a Harry, pero también sentían furia.

—Así que nosotros fuimos tus primeros amigos, Harry — comentó Ron aturdido. Hermione, a su lado, gimoteaba. Harry asintió. ¿Por qué Merlín tuve celos de él? ¿Por qué no me di cuenta antes? Soy un tarado de marca mayor, un imbécil. Se recriminó Ro,  mientras Hermione le tomaba la mano para reconfortarse.

—Es el fin del capítulo — declaró la profesora McGonagall, apenada.

Muchos suspiraron aliviados. Otros pedían que el otro capítulo no fuera tan tenso como este.

—Profesor Flitwick, ¿leería el próximo capítulo— le preguntó el director amablemente.
—Por supuesto, Albus— chilló Flitwick.



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